LA SINFÓNICA Y GRIN EN EL CA 660.
En la estupenda acústica del Teatro CA 660 (Centro de las Artes 660), se está realizando una breve temporada de la Orquesta Sinfónica de Chile, que será dirigida por su titular Leonid Grin.
Sin duda las estupendas condiciones acústicas de la sala, obligarán a los directores a repensar, algunos factores, como el balance sonoro entre familias, ya que, a manera de ejemplo, el magnífico sonido de las cuerdas, que realizan maravillas en contrastes dinámicos, no encuentra su equivalencia en las maderas, y en particular en los bronces, que en demasiadas ocasiones, tapan su gran trabajo.
Del mismo modo, como esta acústica acusa implacablemente, la afinación no puede de ninguna manera ser descuidada, como ocurrió con algunos fragmentos de los contrabajos, en el tercer movimiento de la sinfonía de Mahler.
Nos parecería adecuado que la dirección, escuchara desde diferentes ubicaciones del teatro, para borrar así, de su memoria auditiva, la acústica del Baquedano.
En la primera parte, el estupendo fagotista estonio Martin Kuuskmann, interpretó el Concierto para fagot y orquesta en Si bemol mayor, K 191 de Wolfgang Amadeus Mozart, en el que sobresalió el certero estilo del solista, mientras en la orquesta fue evidente un enfoque bastante blando, de poca claridad en las figuras, pero por sobre todo, poco unitario en la forma; además los diálogos con el solista, no fueron afiatados, porque la elegancia y gracia de este, no tuvo la respuesta adecuada en los músicos sinfónicos.
Señalemos algunos desajustes de pulso, y afinación poco justa de uno de los cornos, en el primer movimiento, en contraste la enorme claridad de las figuras en el fagot; la cadenza del solista, fue del más elevado virtuosismo.
El Andante, que recuerda en algo a Las Bodas de Fígaro, mostró expresividad cantabile en el fagot, que fue muy bien complementado por el oboe de la orquesta, que se sumó a lo que fue tal vez el mejor momento sinfónico del concierto de Mozart.
El Rondó final, mostró las mismas características del primer movimiento; la excelencia y expresividad de Kuuskmann, mientras la batuta de Grin, solo marcaba pulsos, y ninguna intencionalidad.
El encore, de un compositor brasilero que entregó el solista, solo confirmó las virtudes mostradas en Mozart.
La hermosa y no menos difícil Sinfonía Nº 4 en Sol mayor, de Gustav Mahler, que cerró el concierto, tuvo dos partes contrastantes en su versión; la debilidad de los dos primeros movimientos, y lo certero de los finales.
Es en esta sinfonía, donde fueron mas evidentes las dificultades de balance sonoro, pues hace tiempo, que no se apreciaba, un sonido de tal belleza en las cuerdas, que lograron sutilezas cercanas a lo sublime, mientras que en el resto de las familias, el sonido fue a veces tosco y duro, además de fraccionado en fraseo; incluso el carácter que Grin le imprimió a las cuerdas, no tuvo correlato en el resto de las familias.
En general, los frecuentes cambios de pulso, tempo y carácter, tuvieron resultados variables, incidiendo en evidentes desajustes.
En el segundo movimiento, que tuvo gracia irregular, allí destacó la musicalidad del corno.
En el tercero, se produjo un cambio notable, mostrando las mejores virtudes de Leonid Grin, desde el ingreso de los chelos, con un precioso canto, en el hermoso lento que exponen, agregándose luego el resto del cuerdas, y sus logrados diálogos con las maderas, destacaremos el estupendo rendimiento del oboe, el fagot y los cornos.
En el bello movimiento final, se incorpora –cantando la visión que un niño tiene de cielo-, una soprano, en este caso Claudia Pereira quien cantó con gran expresividad y hermosa voz, pero, que al parecer siguiendo, las indicaciones de la batuta, lo hizo solo en pianissimo y mezzoforte.
La orquesta, tuvo, al igual que en la parte anterior, un rendimiento de excelencia.
Un concierto con luces y sombras, en una sala, que esta llamada a convertirse en una de las mejores acústicas de nuestro país.
Gilberto Ponce. (CCA)