SOBERBIO RECITAL DE PIANO DE ALFREDO PERL.

ALFREDO PERL EN EL CENTRO DE LAS ARTES 660.

Un recital inolvidable, fue el ofrecido por el pianista chileno Alfredo Perl, artista que se encuentra actualmente residiendo en Alemania, donde además se abre camino en la dirección orquestal.

Alfredo Perl. foto noz
Alfredo Perl. foto noz

Perl tiene una legión de admiradores, que entre otros llenaron el amplio, cómodo Teatro del CA660, recinto que cuenta con una de las acústicas más formidables de nuestro país.

Solo dos compositores ocuparon la velada, en cuyas obras el solista, dio cuenta de una extraordinaria madurez -es inoficioso referirse a la técnica-, que le permitió adentrarse plenamente en sus estilos y carácter, esto es sin ese acercamiento superficial, a veces buscando lo exterior o espectacular, que pretenden otros pianistas.

La primera de las obras, la monumental Sonata en Sol mayor D. 894 de Franz Schubert, nos hizo pensar que el intérprete estaba casi en estado de gracia, al lograr entrar en toda la profundidad de la partitura, honduras solo comparables con la serena a la vez que desgarrada melancolía de un Hesse o un Mann.

El joven Franz Schubert. foto wikipedia
El joven Franz Schubert. foto wikipedia

Más allá de las dificultades técnicas, propias de la obra, aquí es necesario adentrarse en la infinidad de estados emocionales propuestos por Schubert, los que se muestran tanto en las repeticiones y sus sutiles diferencias, para así ir logrando el todo coherente exigido por la partitura.

Creemos que Perl, fue capaz de entregar una versión unitaria, tanto como emocionalmente expresiva, sin aspavientos de ninguna especie, provocando en los presentes una verdadera conmoción.

Del enorme primer movimiento destacaremos, si desmerecer en nada otros aspectos; lo unitario de los contrastes, las cuidadosas progresiones y su dramatismo contenido, que concluye en la levedad del final.

Dos mundos contrapuestos se percibieron en el segundo, la cercanía a lo popular y la fuerza, los que fueron enlazados naturalmente, mostrando fuerte vida interior.

Drama a pesar de su carácter engañosamente liviano, fue la primera parte del tercero, mientras que, sensiblemente graciosa la segunda y central, que no deja de recordar la música de Rosamunda del mismo Schubert.

Precisos y claros diálogos en los complementos de ambas manos, caracterizaron el cuarto, en medio del gran virtuosismo exigido, proponiendo asimismo un bello centro cantábile, permitiendo de esta forma al solista, dar cuenta de su estupendo manejo dinámico, y su enorme musicalidad.

Pocas veces hemos visto una ovación tan grande, para una obra que además es de gran exigencia para el auditor, sin duda reconociendo la grandeza de la versión.

Frederic Chopin. foto biografiasyvidas
Frederic Chopin. foto biografiasyvidas

La segunda parte fue dedicada a Frederic Chopin, iniciándola con la compleja Polonesa-Fantasía en La bemol mayor, Op. 61, en la que, desde la introducción pareciera buscar los elementos que la constituirán -dando razón a aquello de Fantasía-, mientras crece en su intensidad lírica, todo mediante una permanente contraposición introversión-extroversión; algo que Perl captó plenamente, otorgándole así la unidad necesaria.

Los dos Nocturnos que siguieron; en Si mayor Op. 62 Nº 1 y en Mi mayor Op. 62 Nº 2 dieron cuenta de la sensibilidad casi meliflua, en su tremenda y sutil intimidad del primero, que se contrastó con lo cantabile del segundo, en el que Perl manejó exquisitamente los contrastes dinámicos, consiguiendo gran expresividad.

Un vuelco en carácter se manifestó en las Tres Mazurcas Op. 63, en las que transitó desde la melancolía a la extroversión, con momentos muy logrados en lo sutil.

Alfredo Perl Photo: Marco Borggreve all rights reserved
Alfredo Perl. Foto Marco Borggreve

La Barcarola en Fa sostenido mayor. Op. 60, le permitió realzar los diálogos internos, desplegando gran virtuosismo y peso sonoro en sus diversas partes; la versión logró una extraordinaria respuesta del público, logrando del artista, como encore, una bella, sensible, a la vez que melancólica Berceusse Op. 57 del mismo Chopin, en la que Alfredo Perl, eludió concientemente cualquier intento de espectacularidad, a lo que invitan varias secciones la obra, manteniendo su carácter –canción de cuna- casi ensoñado, consiguiendo que el público quedara ahora, en ese estado de gracia, que Perl manifestó en la Sonata de Schubert.

Concierto que será recordado como uno de los grandes de esta temporada.

Gilberto Ponce. (CCA)

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