ODA AL MINIMALISMO.
No resulta del todo simple, analizar “Satyagraha” la ópera de Philip Glass, que se transmitió en directo desde el Met de N. York, hasta el Nescafé de Las Artes, y que terminó desconcertando a un buen número de espectadores.
Si bien está calificada como ópera, pensamos que es más bien un oratorio representado, cuya base son los pensamientos y enseñanzas de Mahatma Gandhi, a ello se debe el nombre “Satyagraha” que es un concepto en torno a la “No violencia activa”, o la fuerza de los principios, que es la base de esta filosofía.
En este caso, no existe un relato lineal, y la cronología importa poco, y aún más, los textos cantados están en sanscrito sin traducción, solo se traducen aquellos proyectado sobre el fondo circular del escenario, y que corresponden a una serie de pensamientos o sentencias de carácter espiritual.
Los tres actos, que llevan nombres de personajes notables como: Tolstoi, Tagore y Martin Luther King, no pretenden acercarlos a la trama, son omnipresencias inmóviles, que marcan la cercanía de sus pensamientos con los de Gandhi.
El resto de los personajes, adquieren relevancia circunstancial en determinados momentos, incluso el rol de Gandhi, tiene dos momentos de desarrollo vocal, si es que puede llamarse así.
La reiteración enorme de determinadas fórmulas melódicas, que se podrían comparar con las repeticiones de los “ragas” indios (esquemas melódicos que sirven de base para la improvisación musical), requieren de un esfuerzo intelectual de concentración, para que no se conviertan en un verdadero “mantra”.
Por estas razones, “Satyagraha” es más bien una experiencia de carácter espiritual y personal, acorde a como se interpreten los pensamientos expuestos en escena.
Sin duda el éxito de esta ópera, radica en una excepcional puesta en escena, de Julian Crouch en escenografía, vestuario de Kevin Pollard, iluminación de Paule Constable y régie de Phelim McDermott.
La aparentemente sencilla escenografía, es impresionantemente eficaz, el vestuario muy relacionado con la escenografía, aunque sea por contraste, es bellísimo en la primera escena del segundo acto, por eso es imprescindible que la régie transforme, lo extático de la música en algo visualmente atractivo, algo que fue plenamente logrado.
La dirección musical de Dante Ansolini, concierta muy bien a solistas, coro y orquesta, conservando la seca austeridad de la partitura.
El Coro del Metropolitan, excelente en todo sentido, sobre todo en aquellas interminables repeticiones, las que finalizaban sin problemas, gracias a una especie de teleprompter ubicado en la parte superior de la boca del escenario, que debían mirar como para seguir instrucciones.
De los tres actos, consideramos el segundo el más atrayente en lo musical; claro está, que Glass, imita en el, y con bastante éxito el estilo de Orff (Triunfo de Afrodita), también en el tercero alude a la primera Sinfonía de Mahler, con los que rompe, los esquemas reiterativos, provocando un contraste muy revitalizador, consideramos que, el segundo acto, es el que presenta la mayor agilidad en su desarrollo.
Los solistas vocales, no son exigidos mayormente, salvo Miss Achlesen, personaje que canta al borde del grito en una de las escenas, el papel lo cantó Rachele Durkin con total convencimiento.
Richard Croft, como Gandhi, le corresponde cantar menos de lo que actúa, siendo sometido a presión solo en dos partes, en el segundo acto y en el final, donde repite, casi ad infinitum, un esquema melódico; el resto de los cantantes, respondió con extraordinario profesionalismo.
La cantidad de representaciones, en esta temporada, es indicativo que Glass, si bien es atraído por un sector de los melómanos, no goza de una aceptación generalizada, debido a lo agotador, que resultan sus esquemas para un gran número de espectadores.
Gilberto Ponce. (CCA)