VERSIÓN ESTELAR DE TURANDOT EN EL MUNICIPAL.
En una feliz conjunción, los dos últimos estrenos de la Temporada de Ópera 2014, han sido un suceso en ambos elencos, internacional y estelar, algo que da señales claras de la calidad de los cantantes nacionales, y de aquellos avecindados en nuestro país.
Y como es usual, la calidad se acompaña del éxito, así ocurrió con Otello, y ahora con Turandot, por ello las funciones se agotaron completamente.
Contando esta versión Estelar, con el mismo director musical, se produce una continuidad de enfoque, que en este caso resulta muy beneficiosa, el único “cambio” observable, son algunas pequeñas variaciones de pulso, en particular para las escenas de Ping, Pang y Pong, en el resto, se conservaron las indicaciones, del elenco internacional, como en los cortes de frases de los solistas, según la partitura, y no como dicta la costumbre, alargando los finales, como invitando al aplauso.
Esta apuesta del mayor interés, le permite a Andriy Yurkevich, aún con esa estrictez, alcanzar el mayor éxito; volveremos a destacar la sutileza de las texturas y timbres, y el poderoso y hermoso sonido logrado por la orquesta.
La reposición de la règie de Roberto Oswald, que hizo Aníbal Lápiz, en la poderosa y bella escenografía del mismo Oswald, fue muy cuidadosa en detalles de actitud, de todos los participantes en el escenario, otorgándole a la acción un gran realismo; a manera de ejemplo, las reacciones del pueblo, ante la ejecución del Príncipe de Persia, o la desazón ante la tozudez de Calaf, por tocar el gong, que lo puede conducir a la muerte, o la desolación ante el suicidio de Liù.
De mismo modo, su conducción en salidas y entradas fue de enorme fluidez, mientras que, el trabajo con los ministros Ping, Pang y Pong, fue un logro en sus graciosos movimientos, cercanos a la coreografía.
Insistiremos en un detalle no menor, el manejo del color en el vestuario, creado por Lápiz, para las escenas imperiales, de gran efecto visual por su degradación de colores y sutileza en contrastes.
Vuelve a repetirse el estupendo rendimiento de la Orquesta Filarmónica de Santiago, tanto como el magnífico desempeño del Coro del Teatro Municipal, y del Coro de Niños de The Grange School.
Los solistas fueron encabezados por Mónica Ferracani, la estupenda soprano argentina, como la Princesa Turandot, quien dio sobradas muestras de presencia de ánimo, al sobreponerse a un pequeño quiebre de voz, en su primera entrada, cuando increpa a Calaf, luego de ese mínimo incidente, se adueñó de la escena, debido a que es excelente actriz, además de buenamoza.
Su manejo de los conceptos dinámicos, en el tercer acto, que contrasta con la fiereza, de la escena de los acertijos, así como su manejo vocal casi melifluo, cuando cae seducida finalmente por Calaf, convierten a su Turandot en un personaje que cautiva por su ambivalencia de sentimientos, tanto como por su voz.
José Azocar, el tenor chileno, que pasa por un momento de gloria, al cantar en menos de un mes Otello y Turandot, ambas con rotundo éxito, fue Calaf, su voz brillante, bien timbrada y segura, permite que se escuche sin problemas, en medio de un tutti, vocal, coral y orquestal.
Su Nessun dorma, fue recibido con el entusiasmo correspondiente, debido a su incondicional entrega.
Nos parece importante, que en su caso, haya variado en algo el vestuario, para acentuar su presencia en el escenario.
Paulina González, que cantó también en el elenco internacional, vuelve a provocar, las reacciones más entusiastas , cantando como Liù; sus conmovedores pianissimo, y su manejo dinámico vocal, que acompaña con su contundente actuación, la convierten como una de las sopranos chilenas de mayor proyección, incluso internacional.
El bajo cubano-chileno Homero Pérez-Miranda, cantó estupendamente como Timur, el padre de Calaf, con una voz más poderosa que en otras ocasiones, muy bien timbrada y su acostumbrada buena actuación, fue emocionante en la muerte de Liù.
El trío de Ministros Ping, Pang, Pong, bastante graciosos, y en general muy bien en lo vocal, un leve desajuste de pulso en su entrada del primer acto, fue rápidamente subsanado, fluyendo todo el resto con seguridad.
Sergio Gallardo (Ping), cantó con solvencia, a pesar que en algunos momentos forzó inútilmente la voz, Pablo Ortiz (Pang) con musicalidad, y Sergio Járlaz (Pong) mostró una vez más su poderosa voz y condiciones de actor.
Bastante sólido, el Mandarín de Arturo Jiménez, en lo vocal y en actuación, mientras que el Emperador Altoum, fue servido con prestancia por Gustavo Morales.
En síntesis, una excelente función, que fue ovacionada por un teatro repleto, entre ellos muchísimos jóvenes; elenco que habría llenado de satisfacción, a las autoridades invitantes a la Gala de Fiestas Patrias, debido a que, por lo visto en la transmisión de TV, la deslavada Gala, que se ofreció en su reemplazo, logró solo en pocos momentos, aplausos entusiastas.
Gilberto Ponce. (CCA)
Gilberto: Muy de acuerdo con este comentario. Sin duda fue una función «gloriosa»,,de esas que raras veces se experimentan. En el caso de Mónica Ferracani, produjo lo que pocas veces se percibe en Turandot, una verosimiltud impactante del rol, sin exageraciones ni abuso de recursos rayanos en lo caricaturesco, que a veces es tentador para quienes abordan el rol de Turandot; Ferracani entiende quién es el personaje hay hay detrás, logrando magistralmente una transición anímica llegando al estadio de la emoción. Inteligente para cantar, con una notable naturalidad evolutiva, jamás forzando la voz y todo en perfecto correlato al «Physique du rol».
Y en cuanto a la última referencia a la función de gala, no dudo que se evidenció total «decandencia artística» en todos los sentidos, haciéndose un flaco favor a nuestra propia música nacional. Por cierto, vi completamente la transmisión, y no dejé de pensar en lo innecesario que significó el cambio de la «tradicional» función de gala con ópera, máxime en este año al tener en cartelera esta magnífica producción deTurandot. Si se quería ofrecer algo más «nuestro», con este segundo elenco de esta ópera (casi todos nacionales), se habría engalado como corresponde nuestro Día Nacional. Por algo las tradiciones son tales, cuando funcionan y socialmente son aceptadas, a la postre no hay argumentos que sirvan para erradicarlas irresponsablemente, a menos cuando se ofrezcan alternativas mejores. En este caso, eso no ocurrió, y se presenció algo improvisado, deslavado, con pésimo criterio programático, carencia de una «Dirección de Arte», obras sin debidos contrastes, amén de no representar la vasta y valiosa literatura musical que disponemos, ausencia de «glamour» (no habían flores en el escenario ni nada que siquiera hiciera alusión al engalanamiento propio del evento), una entrega de la orquesta y director que ni ellos mismos se notaban cómodos (¿falta de ensayos, o simplemente falta de convicción frente a una irresponsable «imposición» donde no quedaba otra opción que «cumplir»?), y muchas más cosas que finalmente hacen «reprobar» lo ofrecido…
Así, los resultados son objetivos, con una producción de ópera de gran nivel internacional versus un concierto mediocre en todos los sentidos que quedó muy por debajo de la «tradición» que ciertas mentes quisieran renegar, dándonos esta última la más sabia lección del porqué las sociedades que custodian sus buenas tradiciones, son grandes… .