RODOLFO FISCHER DIRIGE LA ORQUESTA DE CAMARA DE CHILE.
Debería ser obligatorio que en el programa impreso de un concierto orquestal figurara el listado de los integrantes. Parece lógico, pero en la práctica hay grupos instrumentales en que ello no ocurre, el hecho coincide con que aparezcan integrándolos músicos de otras orquestas.
Como se trata de refuerzos a veces permanentes, nos hace preguntarnos por las posibilidades reales que tienen los buenos solistas de orquestas juveniles para llegar a integrar las orquestas profesionales.
En el programa del concierto ofrecido en el Teatro Municipal de Ñuñoa por la Orquesta de Cámara de Chile, con Rodolfo Fischer como director invitado, figuraban los componentes del conjunto, pues se trata de un grupo orquestal bien conocido, desde que lo fundara Fernando Rosas, al que sus integrantes le han llevado a ocupar el primer lugar entre los conjuntos profesionales de cámara, con actuaciones de alto nivel técnico y musical.
El concierto que comentamos tuvo ese sello, pero con diferencias; así las dos «Romanzas para violín y orquesta» de Ludwig van Beethoven, estuvieron a distancia de la seguridad y destreza necesarias para hacerles justicia y ni el solista Rubén Sierra ni la orquesta lograron llevar la ejecución al mejor nivel. Estas romanzas no presentan dificultades especiales y se imponen por las bellas melodías, en especial la segunda, pero en esta oportunidad sonaron vacilantes y descoloridas. No estaban en su mejor día y por un error también fueron omitidas de las notas del programa.
Pero, la otra obra de la primera parte del recital, estuvo en el extremo opuesto y así pudimos asistir a una de las mejores ejecuciones que hayamos presenciado de la hermosa Sinfonía Nº 49, de Joseph Haydn, conocida como «La Passione».
Haydn escribió más de cien sinfonías y hay maestros que al dirigir algunas de ellas adoptan un camino igual, sin diferenciar ni buscar el sentido particular de cada una, que sí existe. No es raro, por ello, que suenen parecidas. Pero Rodolfo Fischer en esta «Pasión» escrita en tono menor mostró toda su riqueza musical , haciéndola sonar como si fuera romántica con un fraseo flexible y bien espaciadas pausas. El resultado fue merecedor de los mayores elogios. El segundo movimiento mantuvo la intencionalidad, sin variar el «tempo» y, por fin, en el tercero condujo a la orquesta a través del «Presto» con perfecta unanimidad y disciplina.
La segunda parte abrió con una obra para cuerdas solas «Navegando el Laberinto», del compositor chileno Andrian Pertout, nacido en 1963 y que ha pasado la mayor parte de su vida en Italia y Australia, donde ahora reside. Sus antecedentes indican que es un músico vanguardista electroacústico que participa en variados festivales de música contemporánea, por lo que sorprendió escuchar esta obra para cuerdas,de ocho minutos , tradicional en su forma y sólo con rasgos modernistas que no pretenden sorprender, que fue muy bien recibida por todo el público. El compositor, presente en la sala, agradeció el sostenido aplauso.
El programa finalizó con la «Serenata para Pequeña
Orquesta» del húngaroeo Leó Weiner (1885-1960), obra entretenida y vital en el espíritu de la conocida obertura «Donna Diana» de su contemporáneo Reznicek, que a menudo figura en los agregados de orquestas inglesas y alemanas. Esta serenata que contiene melodías del folclore húngaro con riqueza rítmica y efectos masivos, representa un género muy europeo y difícil de captar apropiadamente por los maestro afuerinos. No es el caso de Rodolfo Fischer, que conoce muy bien la Europa Central y que dominó la obra llevando a un total lucimiento de sus desenvueltos dirigidos.
Sergio Escobar (CCA)