EL LABORATORIO DEL BANCH.
En una iniciativa digna de elogio Mathieu Guilhaumon, director del BANCH, le encargó a siete integrantes de la Compañía crear igual número de coreografías, la que serían interpretadas por el resto de los bailarines.
El nombre de la iniciativa fue, como resulta lógico; LABORATORIO, esto es, el lugar para experimentar y tal vez a futuro descubrir a nuevos coreógrafos, ellos no tuvieron limitantes, salvo el no traspasar un límite de tiempo, teniendo a su servicio todos los elementos técnicos del ballet.
En la experiencia fue evidente la mayor intuición y talento de algunos en este campo, en otros hay que esperar a que sus ideas encuentren un cauce mejor, entre los aspectos a desarrollar, está es el como rematar los trabajos, ya que algunos, al final perdieron el vigor mostrado en parte de su desarrollo, del mismo modo se apreció un cierto interés por el juego aleatorio con resultados que pudieron ser mejores.
Como era de esperar siguiendo una tendencia actual en el arte, en la mayoría existe una conceptualización en las líneas argumentales.
Algo muy evidente que encontramos poco positivo, fue una constante oscuridad para casi todas las coreografías, habrá sido porque el teatro tiene pocos recursos o los iluminadores no poseen la experiencia necesaria? Esto finalmente termina por agotar el interés visual ya que todo resulta bastante plano en el escenario ,y como el vestuario tampoco buscó mayores contrastes, no se crearon los necesarios contrastes visuales.
Los bailarines llamados a este laboratorio fueron Rodrigo Opazo, Gema Contreras, Amaru Piñones, Valentín Keller, Enrique Faúndes, Nicolás Berrueta y Fabián Leguizamón, según el orden en que se presentaron los trabajos.
Un aspecto que tuvo tanto elementos positivos como negativos, fue la estructura del programa que se presentó sin interrupción, lo que redundó en una fluidez que no alargó demasiado la función, pero al mismo tiempo el público no pudo leer las reseñas antes de cada obra, que sin duda es muy importante en este tipo de trabajos, y aunque estas se hayan leído todas antes, bien podrían confundirse.
Sin bien el publico reaccionó discretamente con la mayoría de ellas, fue muy estimulante la ovación recibida por los noveles coreógrafos al final de la función.
“A mis soledades” de Rodrigo Opazo mostró una serie de juegos bastante interesantes de conjunto, los que al parecer eran las visiones de un personaje sentado en un sillón a un costado, no obstante creemos que a su obra le faltó capacidad de síntesis, al caer en reiteraciones que poco aportaron.
Ignacia Peralta fue la intérprete de Botar trabajo de Gema Contreras, que posee elementos de pantomima, como también un curioso acercamiento al pilates por la constante interacción con una gran pelota, la obra tiene logrados elementos de humor, que tal vez debieron ser más explotados, como el juego del foco que pareciera arrancar del tramoya y posteriormente su interacción con la bailarina.
Amaru Piñones, creó una de las coreografías con más elementos de danza con su “Inclinación asertiva” logrando mostrar aspectos de la sexualidad humana con enorme sutileza. Las escena de conjunto poseen gran plasticidad y hace un muy buen uso del espacio en una coreografía que mantiene siempre el interés.
¿De verdad no te importa? Creada por Valentín Keller es otro unipersonal que baila Facundo Bustamente, alude a lo mucho que se habla y poco que se hace en la conservación del medio ambiente, inteligentemente desarrollada, el personaje demuestra su interés por la naturaleza sacando de bolsas plásticas plantas, hasta que en un guiño al Rinoceronte de Ionesco el mismo queda con cabeza convertida en una, pero entonces desde arriba (el mundo) es inundado por deshechos plásticos. Su potente progresión dramática la convirtió en una de las más exitosas .
“Que tal si….” de Enrique Faúndez es otra de la coreografías que ahora critica una de las peores costumbres de la sociedad contemporánea; la permanente “conexión” de casi todos al aparatos tecnológicos, en un planteamiento donde se ve a las personas como contentas, pero completamente desconectadas entre sí, hasta que al final en un acto libertario, todos arrojan sus celulares para encontrar la felicidad.
Poético y visualmente hermoso es Kintsugi de Nicolás Berrueta, que desarrolla un interesante juego con unas telas semitransparentes, que finalmente serán dibujadas a la manera de la escritura japonesa.
“Bestia” el último de los trabajos, pertenece a Fabián Leguizamón, la que nos muestra con gran fuerza expresiva, el surgimiento de la “bestia” que existe en cada uno de nosotros, bajo el influjo de la luna llena en un primitivo ritual, que no deja de recordar, el argumento de la Danza fantástica de Saint-Saëns.
Una interesante experiencia que dio cuenta de la potencialidad de siete noveles coreógrafos.
Gilberto Ponce. (CCA)