AUGE Y CAIDA DE LA CIUDAD DE MAHAGONNY.
Es indiscutible el legado cultural de Bertolt Brecht y Kurt Weill, quienes llegaron a proponer, una estética nueva en las artes de la representación, en donde los marginados de la sociedad, ocupan lugar protagónico.
Esta temática de fuerte contenido sociopolítico, fue una de las caras visibles del arte en la primera parte del siglo XX, por ello es que, la “Ópera de tres centavos”, de la dupla Brecht-Weill, marcó a generaciones, llegando a convertirse, casi en estandarte de las luchas de carácter social.
En este ámbito, se inscribe Auge y caída de la ciudad de Mahagonny, de ambos autores, estrenada ahora en la Temporada de ópera 2016, del Teatro Municipal de Santiago, opción no ajena a controversia, ya que muchos melómanos, la consideran solo un “musical”, de corte bastante oscuro, cercano al nihilismo y al existencialismo. No obstante, creemos en el valor que representa, subir al escenario del Municipal, este tipo de obras.
Sus personajes son estereotipos humanos, cuya vida solo tiene sentido en el hedonismo desenfrenado (donde el único delito, es no tener dinero), y por supuesto, el hecho que alguien, se atreva a rebelarse ante el sistema, tiene solo por destino la muerte, sin contar para nada, ni con amigos, incluso ni con el amor, que supuestamente creyó haber conseguido.
A ratos, parece una parábola, cercana a las bíblicas Sodoma y Gomorra, ya que Mahagonny se libra apenas de destruida por un huracán, para posteriormente, ser condenada a desaparecer, producto de la decadencia de sus propios actos.
Nos parece importante establecer que las pulsiones, poder, dinero y sexo, continúan igual de invariables en nuestro tiempo, de allí la sentencia que dice : el hombre es capaz de tropezar muchas veces con la misma piedra.
La música de Weill, no se ciñe a un patrón fijo en cuanto a estilo, recurriendo mucho a lo utilizado en el cabaret alemán del período entre guerras, con melodías de bastante similitud; por ello es que sobresalen el preludio cercano a lo expresionista, tanto como la alusión a la música de bronces de Gabrieli, y hasta con guiños a Wagner en un fragmento del inicio del segundo acto; pero sobre todo, siempre recuerda la Ópera de tres centavos, por la similitud estrófica de sus canciones, coros, algo de baile, solo con dos momentos similares a arias, en las voces de Jenny, en el segundo acto, y Jimmy, en la escena de la cárcel.
La puesta en escena, pertenece al conocido y sólido equipo, formado por Marcelo Lombardero, en règie, Diego Siliano, escenografía y multimedia, y Luciana Gutman como vestuarista, con el apoyo de José Luis Fiorruccio en iluminación, trabajo del más alto nivel, tanto en su novedad, como en calidad de las soluciones multimediales, utilizando parte de la platea, como escenografía; valiosos resultan sus leves toques de humor, que alivian la tensión, tanto como los textos agregados en algunas partes, como en la escena del huracán, que contextualizan imágenes y la acción.
Las escenas de cabaret, los semi desnudos femeninos, y la violencia con las prostitutas, son de buen gusto y pertinentes, encuadrándose bien en los dos pisos del lugar, y en los cubículos transparentes, donde bailarinas lo hacen eróticamente; creemos un acierto, las coreografías de Ignacio González.
El elenco, que no requiere de grandes voces líricas, fue de gran solvencia y bastante parejo; la Viuda Begbick, lo cantó y actuó con estupendamente Susan Resmark, con toda la necesaria carga de cinismo; Jimmy fue Nikolai Schukoff, de excelente y convincente actuación, se le vio un tanto exigido en su aria de la cárcel; María Victoria Gaeta, fue Jenny, destacó por su sensualidad provocativa, vocalmente acertada, pero algo precaria en sus agudos; estupendamente caracterizados y muy solventes en canto fue el trío de amigos de Jimmy; Jakob. Bill y Joe, que cantaron Paul Kaufmann, Orhan Yildiz y Thomas Stimmel.
La Viuda Begbick, funda Mahagonny, con dos secuaces Fatty y Moses, muy bien actuados y cantados por Kim Begley y Gregg Baker, asimismo Paul Kaufmann canta certeramente como Tobby, en la escena del juicio.
El Coro del Teatro Municipal, dirigido por Jorge Klastornick, una vez más excelente, siendo capaz de desdoblarse en canto, a ratos lírico, como en el Himno, luego que huracán no destruyera la cuidad, y popular en las escenas de la taberna, o en el coro final, entre otros.
La Orquesta Filarmónica de Santiago, bastante reducida, tuvo un excelente cometido, muy afiatada, musical y en estilo, gracias a la sobresaliente dirección de David Syrus, que concertó el complejo todo, con rigor y musicalidad.
Gilberto Ponce. (CCA)