SOBERBIO BORIS GODUNOV.

BORIS GODUNOV UNA EXPERIENCIA MUSICAL Y ESTÉTICA.

VERSIÓN INTERNACIONAL.

Después del paso en falso, que a nuestro juicio significó “Ariadna en Naxos”, el Municipal reencuentra la excelencia, con el montaje de una las óperas más hermosas de todos los tiempos, y cuya producción representa enormes desafíos.

Comenzando con el enorme elenco, para la gran cantidad de importantes personajes, quienes deben ser grandes cantantes y excelentes actores, contar con una escenografía, vestuario e iluminación que puedan recrear los lugares donde se desarrolla, un formidable coro, y en el foso de la orquesta, un director que no solo domine la partitura, pues debe penetrar en la sicología del drama con el acompañamiento orquestal.

El primer gran acierto, fue tener a la cabeza de la producción, a uno de los grandes del mundo en este campo, nos referimos a Hugo de Ana, quien suma otro éxito a sus trabajos en el escenario del Teatro Municipal.

Boris Godunov de Modesto Mussorgsky, se presentó en la versión revisada por Rimsky-Korsakov de 1908, que enriquece la orquestación de este verdadero fresco, de uno de los momentos más oscuros de la historia rusa.

Hugo de Ana fue el responsable de Régie (dirección de escena), escenografía, vestuario e iluminación, configurando un festín estético, con una creativa y sugerente escenografía conceptual, apoyada solo con una sucesión de iconos, y el impresionante iconostasio para la escena de la coronación; como contraparte el bellísimo vestuario, y sus increíbles sutilezas en  los contrastes de color.

Todo enmarcado por la iluminación, que a veces nos traslada a los claroscuros de la pintura, tanto como acentuando sutilmente las tensiones emocionales.

La ópera exige movimientos de masas; pueblo, sacerdotes, boyardos, soldados entre otros, la fluidez y limpieza de estos, fue otro gran acierto; muy interesante resultó, el sonido de campanas (tan importantes en la liturgia ortodoxa), como enlace entre algunas de las escenas, mientras el escenario cambia a la vista del público.

Señalar las escenas más logradas, puede resultar injusto, no obstante destacaremos; la coronación del prólogo; la frescura popular de la posada en la frontera lituana; la habitación en el Kremlin, cuando Boris cree ver el fantasma del niño asesinado; el baile en el acto polaco; la emocionante muerte de Boris y la escena revolucionaria, que permite identificar claramente a cada uno, de los muchos personajes que intervienen, culminando con el vacío, casi del alma que se produce con las últimas frases del “Idiota”.

Podríamos continuar señalando una infinidad de detalles, de esta producción que no cesa de sorprender.

En la dirección estuvo el joven director ruso Konstantin Chudovsky, quien de memoria condujo este monumental desafío, manejando cada frase, intencionalidad y fraseo, no solo en la orquesta, pues siempre estuvo al lado de cada cantante o del coro, para producir una fusión de exquisita musicalidad.

Sería del mayor interés, volver a tenerlo frente a otra ópera, o concierto sinfónico.

El Coro del Teatro Municipal que dirige Jorge Klastornick, si bien nos tiene acostumbrados a un nivel de excelencia, en esta oportunidad deslumbró, por su musicalidad llena de matices, siempre con la expresividad justa, a ello agrega el desdoblarse en actuación, como boyardos, pueblo, sacerdotes, etc. y como si fuera poco bailar, en el acto polaco. Una vez más, ratifica ser uno de los lujos musicales de nuestro país.

De gran espontaneidad en actuación y muy seguros en lo musical, se mostró el Coro de Niños del Grange School, dirigido por Claudia Trujillo.

Uno de los aspectos más interesantes de la régie, se logró al perfilar los personajes,  diferenciándolos, y entrando en sus características sicológicas, por lo que la versión, no pierde jamás su interés.

Roberto Scandiuzzi, el bajo italiano encabezó el sólido elenco, como el Zar “Boris”, si bien en esta función, su voz en la escena de la coronación, sonó poco poderosa, luego se impuso soberbiamente en la escena de la sala del Kremlin, y magnífico en la escena frente a la Duma, cuando se despide de su hijo antes de morir, como producto de los remordimientos que le han ido  destruyendo.

El ambicioso  y traicionero “Príncipe Shuisky” del tenor ruso Maxim Paster, jugó muy bien con los cambios vocales, acordes a la actuación.

Hermosa y poderosa es la voz del bajo estoniano Ain Anger, que entregó un solemne Pimen el monje cronista; el “Falso Dimitri” fue cantado en gran forma por el tenor ruso Mikhail Gubsky; Anna Victorova cantó con todas las sinuosidades de la ambiciosa princesa polaca “Marina Mnishek”; sádico e intrigante fue Vitaly Bilyy, el bajo ucraniano de gran manejo vocal, como Rangoni, el monje jesuita que busca convertir Rusia al catolicismo romano.

Espléndido en su bella voz y con gran actuación, fue Alexander Teliga el bajo polaco, cantando Varlaam el monje vagabundo, muy solvente fue su compañero Missail que cantó el chileno Pablo Ortíz.

Conmovedor fue “El Idiota” a cargo de Exequiel Sánchez, desgarrador fue su canto final; cantado y actuado en gran forma fue el papel de la “Posadera” de Claudia Godoy. Los jesuitas de Cristián Moya y Arturo Jiménez con soltura y solidez; Xenia, la hija de Boris lo cantó bellamente la italiana Diletta Rizzo Marin.

Mostrando gran profesionalismo, se desempaeñaron Carlos Guzmán, Pablo Oyanedel, Miriam Caparotta, Lina Escobedo y Leonardo Navarro.

Una producción justamente ovacionada por el público, que llenaba el Teatro Municipal.

Gilberto Ponce. (CCA)