SINFÓNICA Y JUAN PABLO IZQUIERDO.

JUAN PABLO IZQUIERDO SINFÓNICO.

Una tremenda ovación fue la que recibió el maestro Juan Pablo Izquierdo, cuando  ingresó al escenario del Teatro Baquedano, para dirigir a la Orquesta Sinfónica de Chile, en el programa 24 de su Temporada 2012.

Tal vez la reacción se debió a un espontáneo homenaje, debido al hecho de haber sido galardonado con el Premio Nacional de Música 2012, lo cierto es que, incluso  Izquierdo se sorprendió con ella, gesto que agradeció sinceramente.

Las cuatro obras del programa, dieron cuenta del alto nivel que puede alcanzar la sinfónica, cuando es dirigida por un maestro, y por supuesto contando con el total dominio que Izquierdo tiene sobre las obras que conduce.

La obertura de la ópera Ifigenia en Aulide de Christoph Willibald Gluck, en la orquestación que realizara Richard Wagner abrió la velada, en ella Izquierdo logró equilibrar una fuerte expresividad, con la claridad clásica, conseguida a través de contrates logrados y musicales, sin ceder a la tentación de apurar el tempo, alejándolo del clasicismo.

La respuesta de la orquesta, la calificamos de soberbia tanto en musicalidad, como en  hermoso sonido, pudiendo percibirse claramente el sentido inevitable de la tragedia; la estupenda versión obligó a que Izquierdo saliera a saludar repetidas veces, algo no usual en la obra de inicio.

Si el teatro se encontraba tan colmado de público, una de las razones fue que en el programa se incluyera el famosísimo y popular Concierto para piano y orquesta Nº 2 en Do menor, Op 18 de Sergei Rachmaninov, que fue interpretado por el pianista alemán Oliver Triendl.

La versión nos merece un comentario bastante contradictorio, por lo irregular de la interpretación de Triendl, debido tal vez en parte, al hecho que se sumergía en largos pasajes en la partitura, pues tocó leyéndola, haciendo con ello imposible cualquier conexión con la batuta; lo anterior pudo no ser importante, si el pianista no hubiera realizado cambios de pulso bastante arbitrarios, que obligaron al director a discontinuar el discurso de la interpretación.

Luego de una estupenda introducción de Triendl, en la que manejó estupendamente la progresión, la orquesta irrumpió con apasionado romanticismo, y pastoso sonido, pero luego en los diálogos con el pianista, aparecieron los detalles mencionados, a lo que se agrega un sonido bastante duro, con pasajes de virtuosismo desconectados del todo, además de la aparición de notas falsas.

En el segundo movimiento, mientras los instrumentos solistas de la orquesta ofrecían musicales intervenciones, el piano, que debería cantar el bellísimo tema central, este lo hizo en forma mecánica y muy fría, solo en escasos fragmentos, creemos que afloró la musicalidad de Oliver Triendl.

Atrasos permanentes en el solista, y fraseos nada claros, fueron la tónica del tercero, cuyo carácter había sido planteado en gran forma en la introducción orquestal, que provocó una entrada del pianista, más pirotécnica que musical.

Sin duda que la belleza de la obra y el virtuosismo que mostró en varios pasajes el solista, llevaron a la eufórica respuesta del público, que hizo que Triendl, una vez más con partitura, junto a Celso López en chelo -de memoria-, interpretaran como encore, un movimiento de una sonata para piano y chelo, del mismo Rachmaninov, ejecutada con gran musicalidad.

Luego de Arnold Schoenberg, se escuchó Noche Transfigurada, Op 4, obra que predice los caminos que el autor transitará en el futuro, aquí todavía es expresionista con elementos descriptivos, pero a nivel de lo más profundo del alma humana.

La versión mostró a toda la cuerda, en el más alto nivel musical, con férrea afinación, fraseos impecables, manejo impecable de las tensiones dramáticas, explotando al máximo el mundo sonoro de los instrumentos, Izquierdo logró una formidable respuesta de cada uno de los músicos, en una versión que sin duda, se puede transformar en un hito.

El broche fue la versión del Vals del Emperador de Johann Strauss, en orquestación de Arnold Schoenberg, solo para cuerdas, flauta, clarinete y piano, lo que de alguna forma, nos lleva a la intimidad de los cafés vieneses.

Izquierdo realizó una breve explicación sobre la admiración de Schoenberg por el pasado musical, y el vals en particular.

La obra que puede desconcertar al inicio, termina por encantar, tanto por la maestría del arreglo, como por la versión de los músicos sinfónicos, que entraron en el espíritu de la misma, guiados por la experta mano de Juan Pablo Izquierdo; como era de esperar, ovaciones y pataditas en el piso coronaron la interpretación.

Gilberto Ponce. (CCA)

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