SINFONÍA RESURRECCIÓN DE MAHLER.

LA DESPEDIDA DE UN GRANDE; MICHAL NESTEROWICZ.

Difícilmente, pudo haber elegido una obra mejor, para despedirse del podio de la Orquesta Sinfónica de Chile.

Michal Nesterowicz, cerró el ciclo que iniciara hace casi cuatro años, cuando asumió  como Director Titular del conjunto sinfónico, haciéndolo con una obra monumental; la “Sinfonía N° 2 llamada Resurrección” de Gustav Mahler.

Fue su retribución a un público, que terminó rendido a sus pies, cautivado por su calidad, y el nivel al que llevó la orquesta.

Su nombre, se convirtió en sinónimo de convocatoria de público, atraído por su batuta y el repertorio que abordaba, en esta ocasión el Teatro Baquedano de la Universidad de Chile, y la Catedral Metropolitana, se desbordaron con inusitado fervor, para verlo dirigir por última vez, en calidad de titular, a sus músicos, en la magnífica obra de Mahler.

Esta sinfonía, fue escrita para celebrar la conversión del compositor al catolicismo, y aunque algunos estiman, que esta conversión, fue por motivos mezquinos, nos inclinamos por la opinión de aquellos que, señalan que es imposible, que un compositor, sea capaz de plasmar en música sentimientos tan profundos, sin estar plenamente convencido de ello; es solo cuestión de escuchar la música y leer los textos.

La obra que llega a extremos metafísicos, plantea cuestiones fundamentales de la fe; tales como el sentido de la vida, del sufrimiento, el porqué y para qué de la muerte, la respuesta que entrega Mahler, al final de la sinfonía es; llegará el día en que resucitarás, para que llegues hasta Dios, quien, al igual que un sembrador, recogerá las gavillas que ha sembrado.

En el teatro, Nesterowicz pidió colocar una cruz, en la parte posterior del escenario, más arriba del coro, esta se iluminó al cantar el coro sobre el sentido de la Resurrección, en la Catedral, con los símbolos presentes, distribuyó, gracias a su arquitectura, a los pequeños grupos instrumentales que tocan – por indicación del autor-, en diversas partes, creando una sensación sobrenatural y sobrecogedora.

La versión de Nesterowicz es absolutamente unitaria, incluso considerando sus heterogéneos elementos, crea un arco expresivo, que se inicia con el trémolo de las  cuerdas al inicio, y se cierra con el apoteósico final que incluye solistas, coro y la orquesta en pleno.

Ambas versiones difirieron algo entre sí, debido a la acústica de ambos recintos; el Teatro Baquedano, funde a veces en forma equívoca algunos sonidos, sobre todo en obras monumentales, pero al ser un escenario conocido, Nesterowicz maneja con destreza balances y cambios de tempo, transitando sin dudas por los múltiples desafíos técnicos y de carácter que la inundan.

El tremendo peso dramático del primer movimiento, que conlleva grandes desafíos para toda la orquesta, fue resuelto con el manejo de una progresión dramática, que introdujo expresivas pausas, entre cada uno de los motivos, estas alcanzaron especial significado en la versión de la Catedral, favorecidas por la excepcional acústica del repleto templo católico, donde nada de la claridad del teatro se perdió, al contrario, ganó en significado, particularmente en esa especie de desolada esperanza.

Un tempo más ágil y algunos novedosos fraseos en el segundo movimiento, y algunas acentuaciones en las cuerdas, le otorgaron nueva vitalidad, en esta parte, no podemos dejar de destacar, la bellísima participación de toda la cuerda, tocando musicalmente cantábile; los contrastes con los bronces-de estupendo cometido-, fueron de gran expresividad.

El manejo de los contrastes dinámicos y algunas acentuaciones novedosas, caracterizaron el tercer movimiento, en la versión de la Catedral, se produjo durante el desarrollo, casi un desajuste de tempo, por una desinteligencia en un fragmento de las maderas, que el director manejó con prestancia.

El cuarto, titulado “Urlich” a cargo de la mezzosoprano Constanza Dörr, resultó bastante disminuido en la versión del teatro, pues la voz de la solista fue a todas luces insuficiente, incluso nos pareció dudoso el carácter que le imprimió; en la Catedral en cambio, su voz lució mejor, al parecer estaba más tranquila, que en el día del estreno.

El quinto movimiento, requiere del coro, las solistas y gran orquesta, fue en su inicio generoso y poderoso en sonido, en su desarrollo debemos destacar el rendimiento de los bronces, incluso a aquellos de los grupos pequeños.

Los cambios de tempo, fueron impecables, así como los múltiples ecos de los bronces, en la parte del día del Juicio Final; el ingreso del coro en ambas versiones, luego del impresionante silencio, posterior al llamado de las trompetas, fue conmovedor desde el maravilloso pianísimo, con que cantan a la resurrección, el “Coro de la Universidad de Chile (Sinfónico y Camerata Vocal)” magníficamente preparado por Juan Pablo Villarroel, tuvo uno de sus momentos estelares, impecables en tesitura, timbradas voces y extrema musicalidad.

La soprano Patricia Cifuentes, totalmente compenetrada en sus solos, tanto como en sus dúos con Constanza Dörr, mostró el porqué esta considerada, como una de las grandes solistas, de nuestro país. En la Catedral, las solistas cantaron desde los púlpitos de la nave central, con estupendo efecto.

Faltan palabras, para describir la profunda conmoción provocada por esta versión, en particular la de la Catedral,que mantuvo en absoluto silencio al público, durante su desarrollo, para explotar, en una indescriptible ovación al finalizar, la que solo terminó, cuando el director, sacó del escenario a todos los intérpretes.

Un tremendo concierto, que fue el marco preciso para despedir, a un grande de la batuta, el maestro Michal Nesterowicz.

Gilberto Ponce. (CCA)