RIGOLETTO INTERNACIONAL, ÚLTIMA FUNCIÓN.
La última función de “Rigoletto” de Giuseppe Verdi en la versión internacional, mostró una serie de bondades, que la llevaron al más alto nivel.
En este aspecto, le cupo la mayor responsabilidad al director musical, el ucraniano Andriy Yurkevich, que a pesar de su juventud fue capaz de mostrar una visión madura de la partitura, de extrema musicalidad y dramatismo, destacando aspectos complementarios a las voces de los cantantes, al tiempo que los guió con maestría.
De la Orquesta Filarmónica de Santiago, consiguió un sonido hermoso, musical y de perfecta afinación, aún más la trasformó en un intérprete fundamental, logrando que cada una de las partes a solo “cantara” al acompañar a los solistas.
En él destaca, su gesto claro, enérgico y elegante, a veces dibujando la música, para conseguir contrastes y progresiones de gran emotividad. Desde la breve Obertura (Preludio para algunos) se apreció el profundo conocimiento que posee de la obra, lo que nos hace desear su pronto regreso, aún más si el próximo año se anuncian “Aída” y “Boris Godunov”.
En cuanto a la producción general, no abundaremos, pues nos pronunciamos al comentar la versión “estelar”.
El polaco Andrjev Dobber asumió el rol protagónico, y podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que se trata de una de las voces más hermosas de barítono que se hayan presentado en el escenario del Municipal, caudal generoso y musical, inflexiones justas en el texto, con una línea de canto a ratos conmovedora, no sabemos si por instrucciones de la régie, su movimientos fueron tan austeros, dejando todo en manos de su voz.
Su presencia escénica, se impuso desde su entrada en la Obertura, al marcar sus pasos con su bastón, siendo entre otros, sus momentos más logrados, “Cortigiani, vil razza dannata”, su angustiada exclamación “la maldición” cuando Gilda es raptada y el final cuando acompaña a su hija moribunda.
El “Duque” lo asumió el joven tenor estadounidense Russel Thomas, quien posee un bello timbre, y es bastante musical, no obstante en esta función no se pudieron apreciar todas sus condiciones vocales, pues se encontraba al parecer resfriado, incluso en su agudo final cuando repite “la donna e mobile”, tuvo una vistosa desafinación, algo totalmente imprevisto, según los espectadores que le vieron en otras de las funciones. Como actor aún debe perfeccionase, pues posee un indudable y natural talento en lo vocal.
La rusa Ekaterina Lekhina fue “Gilda”, el bellísimo timbre de soprano que la distingue, lo maneja en forma ejemplar, con las inflexiones precisas para conmover, con pianísimos muy hermosos, destacaremos la escena cuando se disculpa con su padre, luego de haber pasado la noche con el duque, y por supuesto su extraordinario “caro nome” que casi hizo delirar al público.
Pensamos que el papel de “Sparafucile” no es el más adecuado para Homero Pérez-Miranda -el bajo cubano residente en nuestro país-, quien ha cosechado grandes triunfos en muchos títulos, su timbre en más bien de barítono, faltándole peso en sus graves, que en esta ópera son muy importantes, incluso su actuación fue desperfilada (¿régie?).
Claudia Godoy cantó también en este elenco el papel de «Magdalena», adaptándose con enorme musicalidad y naturalidad a este otro grupo de cantantes, demostrando una gran capacidad.
Muy bien en lo vocal y en actuación, fue perfilado el rol de “Monterone” que cantó Ricardo Seguel. Sin destacarse mayormente cantó Paola Rodríguez su parte como “Giovanna”.
Solvente estuvo Pablo Jiménez como “Marullo”, al igual que el “Conde Ceprano” de Pablo Oyanedel, Gonzalo Araya correcto como “Borsa” y se intuye como buena actriz a Constanza Dörr en su brevísimo papel de “Condesa Ceprano”.
Una función de parejo y alto nivel, en la que nuevamente resaltaron algunas incongruencias de la régie, como el hacer cantar a los intérpretes mirando al público, y no a sus interlocutores, y en donde brillaron por su excelencia el director Andriy Yurkevich, el barítono Andrjev Dobber y la soprano Ekaterina Lekhina.
Gilberto Ponce. (CCA)