REQUIEM DE MOZART EN ÑUÑOA.
En uno de los tantos programas musicales, que se llevaron a efecto, con ocasión de las celebraciones de Semana Santa, se presentó en dos conciertos, en días consecutivos, la Misa de Réquiem K. 626 de Wolfgang Amadeus Mozart.
El presente comentario, está referido al segundo de los conciertos, realizado en Ñuñoa, ante una teatro repleto de un público ansioso, por escuchar una de las obras más famosas de todos los tiempos.
Hay algo bien particular con esta famosa obra sinfónico coral: el compositor la dejó inconclusa, pues falleció tempranamente cuando trabajaba en su creación.
De las doce partes que la integran sólo siete fueron completadas por Mozart,otras quedaron sin ser finalizadas, quedando solo las bases armónicas, y algunas líneas melódicas, mientras que, de algunos de los otros números sólo restan bosquejos.
Con esos limitados materiales un alumno suyo, de apellido Sussmayr, continuó la tarea hasta realizar la primera edición «completa» gran parte de la obra.
Sussmayr, no ocultó que gran parte de esa edición no pertenecía a Mozart, (el autor completó hasta el primer tercio del Lacrymosa, la octava parte de las doce), por lo que debía considerarse como una propuesta suya, un hecho que posteriormente ha llevado a no menos de ocho expertos a corregirla y reemplazarla por propuestas de ellos mismos.
Por lo dicho, en justicia este Réquiem debería anunciarse como de «Mozart y otros», aunque la versión que se canta habitualmente, es la que completó Sussmayr.
El que la obra original quedara incompleta, no ha impedido que desde siempre, sea favorita de muchos coros. Aquí en Santiago, en el pasado siglo se cantaba al menos una vez al año y se recuerda que el Coro Pablo Vidales cantó este Réquiem en la explanada del Cementerio General cada 1º de noviembre, ante grandes multitudes. Pues es una de esas raras obras de música clásica, de encanto inmediato.
Por esa característica, fue ideal que se la incluyera en el concierto de Jueves Santo que se realizó en el Teatro Municipal de Ñuñoa de Av. Irarrázaval.
Mejor aun, fue el hecho que los integrantes del coro, la orquesta y el cuarteto de cantantes solistas, con la dirección del prestigioso maestro Juan Pablo Izquierdo, fueran del mejor nivel artístico, encantando al público que repletaba el amplio local.
Todos se desempeñaron con seguridad, afinación, musicalidad, impecable coordinación y gran intensidad expresiva.
En la parte instrumental estuvo la excelente Orquesta de Cámara de Chile; el sólido coro mixto fue integrado por el Coro de Cámara de la U. Católica (director Mauricio Cortés) y el Coro Magnificat de la Facultad de Artes de la U. de Chile (directora Marcela Canales).
El espléndido cuarteto fue conformado por la soprano Pamela Flores, la mezzosoprano Pilar Díaz, el tenor Gonzalo Tomckowiack y el bajo Sergio Gallardo.
Izquierdo balanceó muy bien las cualidades expresivas y dramáticas de esta música ya cercana al romanticismo. La parte Nº 9, por ejemplo, «Domine Jesu Christe», con el coro y el cuarteto solista, tuvo real espíritu de Semana Santa con religiosidad muy emocionante que no siempre encontramos en otras ejecuciones.
El público ovacionó por largo rato al director y sus artistas, retirándose feliz por haber presenciado un espectáculo cultural edificante.
Fue extensión musical de la mejor clase y posiblemente esas personas tratarán de regresar para otro concierto en ese teatro, esperando encontrar parecidas emociones. Ojalá los intérpretes sean de parecida calidad y las obras sean del agrado de un público no especializado pero con la mejor intención de adentrarse en este mundo maravilloso de la música.
Sergio Escobar. (CCA)
Estuve ahí…fue..!hermoso!