CONCIERTO DE SEMANA SANTA EN EL CEAC.
El tiempo previo a la Semana Santa, es ocasión propicia para que muchos conjuntos programen obras de carácter religioso, las que en general, atraen gran cantidad de público interesado en escuchar algunas de las obras religiosas más importantes de todos los tiempos.
El Centro de Extensión Artística y Cultural de la Universidad de Chile (CEAC) programó el celebérrimo Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart, una de las más bellas que se hayan escrito, que posee una profunda carga espiritual.
Fue interpretado por sus conjuntos la Orquesta Sinfónica Nacional junto al Coro Sinfónico y la Camerata Vocal, ambos de la Universidad de Chile, junto a cuatro solistas, todos bajo la dirección del maestro sueco Ola Rudner.
Más allá de todas las leyendas en torno a la obra, o de la validez de las partes que completó su discípulo Süssmayr, pues Mozart completó solo hasta un tercio del Lacrimosa, dejando escritas partes incompletas hasta el Agnus Dei, por ello al no haber fragmentos de Mozart para el final, recurrió a la música del comienzo (Introito y parte del Kyrie) agregándole los textos finales de la misa, a pesar de estos antecedentes, existe consenso que se trata de una obra maestra y fundamental en la historia de la música.
Curiosamente el Teatro Baquedano no estaba completamente lleno, al menos en la primera de las cuatro funciones programadas, y aunque muchos asistentes manifestaban una gran expectación, otros estaban inmersos en sus celulares, actividad que curiosamente continuaron durante la ejecución de la obra.
No resulta fácil escribir este comentario por la disparidad de elementos observados, el más importante sin duda la dirección de Rudner, de notable inexpresividad, aparentemente sin interesarle la relación texto-música, además creemos que no existió una progresión expresiva general, fueron números independientes; en otro aspecto nos parecieron arbitrarios los contrastes dinámicos de algunas partes, tanto como la insistencia en el pianissimo de las cuerdas – de hermoso sonido – en relación con el resto de la orquesta, factor que creemos incidió en algunas desafinaciones del coro, algo muy extraño en el conjunto.
A su favor diremos que fraseos y articulaciones de algunas partes, en particular las fugas, fueron de gran limpieza y claridad, existiendo así una estrecha relación entre el canto y los instrumentos. Asimismo en consideración a que es resorte del director la velocidad que imprime a las obras, creemos que algunas partes sufrieron excesivamente por la rapidez, resultando en extremo inexpresivas.
El cuarteto vocal, si bien fue bastante correcto, sobresalieron las voces de la soprano Andrea Aguilar de musical desempeño, tanto como la del tenor Francisco Huerta, muy correcta la mezzosoprano Marisol Hernández y en el caso del solvente bajo-barítono Sergio Gallardo, sin duda la obra no le acomoda, aunque expuso toda su musicalidad y experiencia.
Los Coros Sinfónico y Camerata Vocal, muy bien preparados por Juan Pablo Villarroel, mostraron voces timbradas y excelente dicción, destacaremos el brillo de los tenores, y como conjunto fueron capaces de cantar expresivamente, a pesar que la batuta no lo pedía.
La Orquesta Sinfónica Nacional mostró en general buen sonido, y siguió atentamente las indicaciones de Rudner, y aquellos números de pulso algo errático, se debió al gesto blando del director.
El primer número Introito, fue expresivo permitiendo mostrar lo timbrado de las voces del coro, la soprano solista lució su hermosa voz, el Kyrie que sigue destacó por la claridad de las articulaciones de la fuga en un gran trabajo mancomunado con la orquesta.
El Dies Irae, lo encontramos con fuerza y expresividad, con buen manejo de los contrastes; el Tuba mirum que sigue se inició con notables flaquezas del trombón, a pesar de ello el bajo perfiló muy bien su parte, luego se agregaron el resto de los solistas con muy buen desempeño vocal y flojamente el fraseo e intencionalidad de la orquesta.
Desbalanceado el sonido entre la orquesta y el coro se escuchó el Rex Tremendae, en el Recordare para solistas y orquesta, la batuta no fue clara y se sintió inseguro el sonido orquestal, mientras que los solistas estuvieron solo correctos debido a esa inseguridad.
Muy débil fue uno de los números más conocidos el Lacrimosa, el balance voces orquesta fue equívoco, con un deslavado resultado final. El Hostias fue superficial en expresividad y se produjeron varios desajustes entre coro y orquesta, seguramente debido a la velocidad impresa.
De gran fuerza fue el Sanctus y con muy buen resultado la fuga Hossana. A pesar de las buenas voces del cuarteto y de sus esfuerzos expresivos, estos apenas se esbozaron debido a la peligrosa velocidad impresa por la batuta en el bellísimo Benedictus. Solo correcto consideramos el Agnus Dei, algo que se superó ampliamente en la parte final con el ingreso de la soprano y las partes fugadas del coro y la orquesta de gran perfección, que provocaron entusiastas aplausos de los presentes, que agradecen poder escuchar en vivo una de las más grandes obras sinfónico-corales.
Un Réquiem de Mozart que alternó luces y sombras, que atribuimos a la batuta de Ola Rudner.
Gilberto Ponce. (CCA)