QUINTO CONCIERTO FILARMÓNICO.

ATTILIO CREMONESI Y SU ESTUPENDO DEBUT FILARMÓNICO.

Con el debut del director italiano Attilio Cremonesi, continuó con la seguidilla de conciertos del más alto nivel que viene ofreciendo la Orquesta Filarmónica de Santiago en su Temporada 2017.

Cremonesi demostró con largueza su envergadura como director, consiguiendo resultados magníficos en un programa que abarcó tres estilos muy diferentes, contando para ello con la “complicidad” de una orquesta completamente entregada, a sus a veces exquisitas indicaciones, en las que frecuentemente dibuja con su mano alguna melodía o inflexión, mostrando además que es todo un experto en lo referido a conseguir contrastes dinámicos.

Attilo Cremonesi, y las cuerdas de la Filarmónica, agradecen luego de la Fantasía sobre un tema de Tallis, de Vaughan Williams. foto Particio Melo

Primero de escuchó la Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis, de Ralph Vaughan Williams, en la que fue notoria la clara exposición del tema central, que acompañó con una expresiva progresión dinámica, marcando sin duda la síntesis entre lo renacentista y romántico que caracteriza la obra.

No obstante el autor lo estructura como un concerto grosso, con un tutti, un grupo más reducido y un cuarteto de cuerdas, que en esta ocasión funcionó en un diálogo de perfecta sintonía, creando a ratos una suerte de resonancia.

Debemos destacar la belleza sonora de todo el conjunto, en particular la sensible participación del cuarteto, en una versión que rescató la magia de la obra cautivando al público que la recibió con los más cálidos aplausos.

Akiko Ebi y la Filarmónica interpretando el Concierto de Mozart, dirigidos por Attilio Cremonesi. foto Patricio Melo

Luego la pianista japonesa Akiko Ebi, interpretó uno de los conciertos más hermosos de Wolfgang Amadeus Mozart, nos referimos al Nº 23 en La mayor. K. 488, que no solo es de gran exigencia para el piano, también lo es para la orquesta; ya desde la introducción orquestal, Attilio Cremonesi mostró su experticia en Mozart, consiguiendo del conjunto exquisita claridad en articulaciones y fraseos, en medio de un estupendo balance en cuerdas y vientos.

En Ebi fue evidente que su solvente técnica la pone al total servicio de la música, que fluye con claridad en las voces, siempre a través de una expresividad clásica, sin ningún desborde ajeno, por ello se lograron geniales diálogos entre la solista y el conjunto, junto a logrados contrastes dinámicos. En la cadenza Akiko Ebi mostró su capacidad virtuosística.

El Adagio acentuó la serenidad dolorosa que lo envuelve, con una solista que expone el tema cantabile, encontrando como respuesta en la orquesta el mismo “canto”, en la sección central brillaron las maderas respondiendo a la exquisita musicalidad de la solista. El pizzicato de la sección final fue un complemento simplemente genial del piano.

Akiko Ebi y Attilio Cremonesi y la orquesta agradecen las ovaciones del público. foto Patricio Melo

El Allegro assai que finaliza la obra fue un brillante y delicioso juego de contrastes dinámicos, dando cuenta de la perfecta unidad que conformaron Akiko Ebi y la Filarmónica, bajo la experta dirección de Attilio Cremonesi, el público exultante ovacionó a todos los intérpretes.

Finalizaron con una versión absolutamente renovada de la Sinfonía Nº 9 en Do mayor, llamada “La grande” de Franz Schubert, alejada de cualquier grandilocuencia, yendo tal vez a la esencia del lied (tan propio de Schubert), por lo cantabile y vital, en un inimaginable juego de contrastes, donde los pianissimo conseguidos por Cremonesi, serán recordados por largo tiempo.

Franz Scubert, joven foto classical

No se piense que estos contrastes fueron solo forte-piano, pues se transitó por un gran gama de niveles dinámicos, así como en sutiles y expresivos ralentando, logrando de la Filarmónica una respuesta de excelencia.

El trabajo de los bronces desde la entrada del corno, fue siempre con bello y musical sonido, que decir de los piano de los trombones, o las constantes maravillas en las maderas.

Del mismo modo mencionaremos el noble y bello sonido de las cuerdas fundiéndose con el resto de las familias, incluida la perfecta y siempre musical percusión.

Por solo mencionar algunos de los múltiples logros, alabamos el tempo vivo y elegante del segundo movimiento, tanto como sus detalles en fraseo, que sin duda le otorgó nueva prestancia.

El tercero fue como un juego de danza en su diálogos y contrastes, así como crescendo y diminuendo en una permanente finura, el tema a cargo de los chelos notable.

Jubiloso y vital fue el conclusivo cuarto y final, que fue como síntesis de los valores expuestos, que como era de esperar encendió al público que aplaudió sin reservas y con “pataditas” de aprobación, una versión de la famosa sinfonía, que será recordada sin duda como un nuevo referente.

Gilberto Ponce. (CCA)

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