MIKA EICHENHOLZ DIRIGE LA SINFÓNICA.
Solo dos obras consultó el último programa de la Orquesta Sinfónica de Chile, en su temporada 2011, ambas muy contrastantes entre sí, las que fueron conducidas por el director sueco Mika Eichenholz.
Primero escuchamos la “Misa de Gloria” de Giacomo Puccini, escrita a los veintidós años. Se trata entonces de una obra de juventud -algunos creen que es un “pecado” de juventud-, por ello con todas las virtudes y falencias de una obra de estas características; la partitura casi se pierde por completo, debido a que desde su estreno en 1880, cayó en el olvido, hasta que en 1952, la misa volvió a escucharse en EEUU.
Si bien se dice, que en su estreno tuvo buena aceptación, es como para meditar, que nadie se interesara posteriormente en interpretarla, y solo gracias a un interés musicológico, volvió a las salas de concierto.
El porqué del olvido, hay que buscarlo en sus relativos valores musicales, pues se trata de una obra ampulosa, y en exceso reiterativa de algunos temas, tiene una orquestación numerosa pero rudimentaria, es errática en la búsqueda de melodías que correspondan con los textos, y presenta exigencias bastante grandes a los dos solistas, mientras que al coro no le da tregua, debiendo cantar casi los 50 minutos que dura.
Creemos que entre los números de mayor peso, se encuentra el ”Kyrie”, por sus diálogos orquesta- coro, que son de gran belleza, el “Qui tollis” de gran dramatismo, que anuncia al Puccini de las óperas, aunque la intempestiva intervención de la tuba, no deja de sorprender.
Muy oscuro y ampuloso es el “Credo”, siempre en una dinámica “fortísimo”.
En tenor Gonzalo Tomckowiack, cantó musicalmente sus partes, aunque la tesitura y la orquestación no le favorecían; destacaremos de su participación el “Et incarnatus est” de hermosos y musicales diálogos con el coro y el dúo del “Agnus Dei” con el barítono, pero debemos reconocer, que la obra no le da pie, para grandes lucimientos.
El “Crucifixus” que cantó el barítono Rodrigo Navarrete, no logró que su canto se escuchara lo
suficiente -a pesar de su gran experiencia-, debido a la gruesa orquestación y a un balance poco eficaz; donde sí se apreció su musicalidad, fue en el “Benedictus” y en el “Agnus Dei” a dúo con el tenor, este número, en el que también interviene el coro, es uno de los más hermosos.
El trabajo del Coro Sinfónico y de la Camerata Vocal (Dir. Hugo Villarroel), fue muy profesional, aunque algunos agudos, le jugaron mal a sopranos y bajos.
Los músicos de la orquesta, no evidenciaron un interés mayor por la obra, por lo que su intervención, fue solo correcta.
Donde si reapareció el interés de los músicos, fue en la “Sinfonía N° 4 en Si bemol mayor, Op. 60” de Ludwig van Beethoven, obra diametralmente opuesta a la misa, aquí estamos frente a un todo unitario, plagado de puntos de interés.
Eichenholz logró una versión llena de nervio, con logrados contrastes dinámicos, pero por sobre expresiva, la respuesta de los músicos fue al más alto nivel, en sonido y musicalidad.
Desde el carácter sereno de la introducción del primer movimiento, su posterior progresión cargada de matices, y sus correspondientes fraseos.
El segundo movimiento fue transparente, sensible y expresivo, destacando además las diversas voces, no podríamos dejar de señalar el cometido del clarinete, por su musicalidad.
El tercero mostró expresivos diálogos, mientras que el trío de esta parte fue elegantemente vital.
A pesar de la velocidad impresa al cuarto movimiento, Eichenholz logró enorme precisión en toda la orquesta, brillando en imitaciones o en los diálogos entre familias o instrumentos; en este panorama de excelencia, extrañó un par de intervenciones dudosas en el primer fagot, cosa extraña en él.
El público reaccionó con euforia ante la estupenda versión, dirigida por el maestro Mika Eichenholz.
Gilberto Ponce. (CCA)