PEPI, LISZT Y BARTOK SINFÓNICOS.
Un concierto, que por su repertorio fue del mayor interés -aunque planteó varias dudas-, fue el que dirigió Zsolt Nagy a la Orquesta Sinfónica de Chile, el viernes recién pasado, donde se escucharon obras Jorge Pepi, Franz Liszt y Bela Bartók.
Cuatro Estudios para Orquesta, escritos el año 2003 por Jorge Pepi fue la obra inicial del programa, y tal como lo plantea su autor, se trata de ejercicios de orquestación, en los que indaga timbres, colores y contrastes, algo muy evidente en los tres primeros, mientras que en el último “Ritmos”, basado en una obra para piano escrita anteriormente por el mismo Pepi, es a nuestro juicio -y sin apartarse del propósito que inspira la obra-, el que presenta una mayor unidad formal, tornándose más atrayente, debido a su carácter cíclico; se inicia con una fórmula temática en la percusión, concluyendo con la misma, pero en las cuerdas.
“Ritmos” capta desde el inicio la atención, por el inteligente uso del material sonoro, que se aparta un poco de la libre indagación de los otros tres; Nagy logró un muy buen rendimiento de la orquesta, resaltando todos los puntos de mayor interés musical.
Concluyeron la primera parte, con una de las obras para piano, más famosas de todos los tiempos, se trata del Concierto para piano y orquesta Nº 1, en Mi bemol mayor de Franz Liszt, en el que intervino el estupendo solista letón Armand Abols.
En este caso, se produjo una disociación de enfoque entre solista e instrumentistas, debido a que Abols, además de dar muestras de un dominio total de la obra, le imprimió un carácter, que solo apareció en contadas ocasiones en la orquesta.
Señalaremos además que estuvo generalmente atrasada, con sonido bastante sucio, y con exceso de accidentes sonoros.
El acompañamiento de Nagy, fue blando, sin lograr diferenciar el balance de los planos sonoros, logrando solo que aquellas secciones con instrumentos a solo, tuvieran coherencia interpretativa con el solista.
Abols con estupenda técnica, abordó la obra en forma musical, rescatando toda la fuerza emocional que Liszt le imprimió, realzando los contrastes dinámicos y de carácter, con hermoso y lírico sonido en las secciones piano, y gran fuerza y bravura en las forte.
El público no escatimó sus manifestaciones de admiración por la gran versión de Armand Abols, quien ratificó una vez más su absoluta solvencia como intérprete.
Sus dos encore, uno de los cuales al parecer fue un Nocturno de un compositor letón, seguidas de unas Danzas del ballet Romeo y Julieta de Prokofiev, de absoluta excelencia, aumentaron aún más la admiración hacia el pianista.
La orquesta volvió mostrar en el Concierto para Orquesta de Bela Bartók, obra de cierre del concierto, su profesionalismo habitual, mejoró sustancialmente el sonido, con solo algunos accidentes y pequeñas desafinaciones.
Nagy ofreció un concepto unitario de la compleja partitura, en que cada familia, así como cada instrumento en particular son exigidos al máximo de sus capacidades técnicas y expresivas.
Bartók crea una multiplicidad de mundos sugerentes a través de su rica orquestación, a ello contribuyen contrastes, timbres y progresiones, que en esta ocasión la batuta consiguió con bastante éxito.
Notable en carácter fue la introducción, con su sutil progresión, solo objetamos el inseguro sonido del trombón, que se contrastó con el estupendo de las maderas y el oboe en particular.
Los bronces brillaron en las secciones fugadas y en el Coral de la segunda parte.
Efecto mágico se logró en el final de la tercera parte, tanto como la nobleza o ironía conseguida en ciertas secciones.
Si bien encontramos una gran cantidad de valores en la versión de Nagy, creemos que todas las partes impulsivas y casi salvajes, fueron en exceso contenidas, impidiendo el logro total de este Concierto para Orquesta, que siempre representa un desafío mayor para cualquier conjunto.
Gilberto Ponce. (CCA)