NOCHE DE CONTRASTES EN LA SINFÓNICA.
Luego de dos jornadas extraordinarias, el tercer concierto de la Temporada 2014 de la Orquesta Sinfónica de Chile, mostró dos realidades muy diferentes; una primera parte que puede inscribirse como uno de los más grandes logros obtenidos por el conjunto, donde se interpretó el dramático y bello Concierto para Viola y orquesta de Alfred Schnittke, que contó con la espectacular interpretación del violista chileno residente en USA, Roberto Díaz.
La otra cara de la medalla, se dio con la interpretación de la Sinfonía Nº 7, o 9 en Do mayor, llamada La Grande de Franz Schubert, cuya versión, pareció apenas ensayada, tal vez por ser considerada una obra de repertorio; decimos lo anterior por la gran cantidad de desajustes, desafinaciones, sonidos crudos y hasta estridentes, pero lo más notorio fue la evidente ausencia del lirismo que la envuelve; para no ahondar más en este severo traspié de la Sinfónica, que desdice buena parte del gran trabajo realizado en esta temporada, preferimos dejar hasta aquí este análisis.
Centrémonos en el notable estreno del Concierto de Schnittke, poderosa obra que se desarrolla en varios y contrastantes lenguajes, los que a veces herméticos, tanto como muy descriptivos.
Tanto que, incluso algunas partes bien podrían asimilarse a una banda sonora de un film, que incluso podría recordar alguno de los de Fellini, aunque otra de las secciones, recuerda una de las secuencias de Ran, de Akira Kurosawa; mientras que en otros momentos Schnittke se adentra en el dodecafonismo y en otras tendencias contemporáneas.
Los aspectos anteriores, obligan a una lectura concienzuda, que pueda equilibrar bien estos elementos, y en particular, mostrarlos en el mérito de cada uno; es en este aspecto, que consideramos la versión dirigida por Leonid Grin como plenamente acertada, siendo su complemento perfecto la soberbia interpretación y experticia de Roberto Díaz, que se enseñoreó en la partitura.
La orquesta, a su vez, respondió como en sus mejores jornadas, con una disposición ejemplar, dando cuenta de una exhaustiva preparación, algo que tal vez explicaría el resultado en Schubert.
Roberto Díaz, posee una técnica que solo puede calificarse de extraordinaria, la que expone con austera sencillez -como ocurre siempre con los grandes intérpretes-, su sonido es poderoso a la vez que dulce, frasea inteligente y naturalmente, arcos y articulaciones puestos al total servicio de la interpretación, solucionando con maestría las partes de bravura, como las dobles cuerdas, o el pizzicato que se opone a elementos melódicos.
Su interpretación está permanentemente alerta, al discurso de la orquesta, por ello, tanto los diálogos, como aquellas partes concertantes (donde toca con la orquesta, sin destacarse como solista), son musicales y de gran naturalidad.
Su gran conocimiento de la obra, encontró su sólida contraparte en la dirección de Grin, indispensable para el éxito indiscutible de esta versión.
La obra, se suceden contrastes dinámicos y de carácter, que provocan tensiones emocionales, mientras se mueve entre lo oscuro, irónico, meditativo y sugerente, en una constante sucesión de timbres y colores orquestales, logrados mediante una orquesta que no consulta violines, pero si, piano, clavecín, celesta y una nutrida percusión.
Al observar estos elementos, se hace absolutamente necesario manejar el balance instrumental, lo que se constituyó en otro éxito de Leonid Grin, quien junto a Roberto Díaz en viola, entregaron uno de los momentos más estelares del conjunto universitario, haciendo explotar al público en las más ruidosas y justas ovaciones.
Gilberto Ponce. (CCA)