CUMPLEAÑOS NÚMERO 30 DE CRECER CANTANDO.
En medio de tanta noticia, como discusiones estériles, disfrazadas de importantes, bajo el ropaje de un lenguaje trascendental, ocurrió una, que por supuesto no ocupó titulares de diarios y en TV; claro está, nadie salió herido, no hubo sangre ni muertos, como tampoco era el anuncio de una nueva reforma.
Se trató de la celebración de la tercera década, de uno de los programas que más, y en forma continua, ha servido para realización espiritual de miles de jóvenes a lo largo de todo el país; nos referimos a Crecer Cantando, que junto a la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles, representan una verdadera revolución cultural a través de la música.
Revolución de verdad, porque ha cambiado el sentido de la vida, de una inmensa cantidad de jóvenes, sus familias y entornos, ansiosos por acercarse a las más altas manifestaciones del espíritu humano.
De la mano incansable de Wendy Raby, desde el Teatro Municipal y de la gestión musical de Víctor Alarcón, que ha viajado por todo Chile, formando coros y directores, llegaron a construir una institución sólida, que realiza en forma permanente cursos de formación de directores y líderes, con el objetivo de hacer cantar, desde los más pequeños, hasta adultos; su concurso anual, ya es un hito cultural, que entusiasma cada vez más, a muchos a lo largo de nuestro país.
El valor, está fuera de toda duda, el cantar, es una de las manifestaciones más enriquecedoras, ya los griegos lo establecieron como parte fundamental de la educación de niños y jóvenes, para el desarrollo de la personalidad, por el hecho de tener que realizar un trabajo colectivo, en función de una meta superior. (¿alguien habrá leído algo referido a este aspecto, en los “postulados” de la reforma educacional en discusión?)
Así como el escenario, del Teatro Municipal ha servido para todas las finales del certamen anual, también lo fue para este aniversario, contándose con la participación de la Orquesta Nacional Juvenil; no se debe olvidar que el Coro Crecer Cantando, por el que han pasado generaciones, también ha asumido, y con señalado éxito, obras sinfónico corales.
En el programa se interpretaron dos obras emblemáticas del repertorio coral, el Magnificat de Johann Sebastian Bach, y el Gloria de Antonio Vivaldi, junto a un grupo de solistas. Sus versiones tuvieron altibajos, tal vez producto del agobio escolar de fin de año, y por los exámenes de los músicos juveniles, lo que pudo haber incidido en que los ensayos fueran menos de los requeridos.
Pero el entusiasmo desbordante de cantantes y músicos, consiguió la más fervorosa respuesta del público.
El Magnificat de Bach fue dirigido por José Luis Domínguez, consiguiendo de su orquesta un buen sonido, y momentos de enorme calidad, que diluyeron algunos pequeños desajustes instrumentales, el coro respondió musicalmente, aunque en otras oportunidades les hemos escuchado sus voces más timbradas.
Salvo dos, los solistas están recién iniciándose en estas lides, por ello no sorprendió que la experiencia de la soprano Jeanette Pérez, la mostrara dueña de gran seguridad, aunque en ocasiones no midió su gran volumen, en relación a sus compañeros cantantes; en el caso de la contralto María José Uribarri, que posee un hermoso material, pensamos que mientras no supere los nervios, sus resultados estarán por debajo de sus expectativas, desmereciendo su talento. La soprano Romina Cofré, tiene hermoso material vocal, debiendo manejar mejor el fraseo y respiración. Francisco Huerta el tenor, luego de un bajo nivel en el dúo del Magnificat, se superó ampliamente en su aria, que cantó con prestancia y enfrentando muy bien los agudos. El bajo Ismael Latrach, tiene una voz interesante, que aún debe desarrollar, además cuidar la afinación y fraseo al cantar, que es todavía muy elemental.
En el Gloria de Vivaldi, que dirigió Víctor Alarcón, llamó la atención, que asignara el segundo número Et in terra pax, a los solistas, como asimismo la velocidad en que lo llevó, algo que lo desperfiló lamentablemente. Pero en general, la versión fue brillante, con algunos pequeños atrasos en el coro, en ciertas entradas. El dúo Laudamus te, fue de gran nivel; el Domine Deus, un solo de soprano, de Jeanette Pérez, lo cantó bastante bien, pero no muy expresivo, y con un pulso tal vez muy rápido, en esta parte tuvo una excelente participación el oboe solista.
María José Uribarri, tuvo mejor fortuna en el Qui sedes, no obstante pensamos que puede hacerlo mucho mejor.
El entusiasmo arrollador de las juveniles cantantes e instrumentistas, les hizo hacer una muy buena conclusión de la fuga final, que significó una justa ovación de los presentes.
Gilberto Ponce. (CCA)