LA SINFÓNICA EN LA TEMPORADA FILARMÓNICA.
No sabemos si la presentación de la Orquesta Sinfónica de Chile, en la Temporada Oficial de la Filarmónica de Santiago, será un hecho que tal vez traiga como consecuencia, la visita de los filarmónicos al teatro de la sinfónica; lo cierto es que la itinerancia de los músicos universitarios, por diversos escenarios, no favorece la búsqueda de una sonoridad propia, debido a los continuos cambios de referentes acústico sonoros.
La acogedora acústica del Municipal, que destaca y perfila muy bien los instrumentos, recibió un programa muy interesante, que no encontró una respuesta en cuanto a público, aún más, antes de la obra de Stravinsky, una parte hizo abandono del teatro, algo muy injusto para la Sinfonía de los Salmos.
Leonid Grin, dirigió a su orquesta, en obras que tuvieron resultados bastante dispares, que hasta hicieron pensar, que los ensayos fueron insuficientes, en particular, en los Salmos de Stravinsky.
El programa se inició, con la Sinfonía Nº 49 en Fa menor, La Pasión de Franz Joseph Haydn, obra austera de gran belleza, en la que solo en algunos momentos se logró el carácter que posee la obra.
La severidad se confundió con falta de tensión, en una visión plana en lo expresivo, donde los contrastes dinámicos, no lograron evitar, que la versión fuera muy alejada, de los propósitos de su autor, ya inscrito en los conceptos que anunciaban el romanticismo.
Su comienzo, fue auspicioso, pero los fraseos demasiado blandos en el desarrollo, desperfilaron muchos pasajes melódicos. El Allegro di Molto que sigue, tuvo momentos muy logrados, junto a otros confusos, en particular en las secciones piano, además en los forte, el pulso fue irregular, provocándose varios desajustes.
Solo en el desarrollo, mejoró el Minuetto, de errático inicio, el trío central del movimiento fue sin mayor gracia. La velocidad que Grin le impuso al Presto, que concluye, conspiró en contra de la claridad de figuras y temas melódicos; razón por la que el público reaccionó, solo en forma cortés.
Nos parece importante señalar, el poco cuidado por la afinación, en particular en los contrabajos.
Lo mejor de la jornada, vino con la interpretación de Armands Abols, para el Concierto Nº 4, en Sol mayor, Op. 58 de Ludwig van Beethoven, donde la orquesta elevó bastante su rendimiento.
Luego de la musical y breve introducción del solista, la orquesta fue tomando de a poco el carácter lírico que envuelve la obra, luego en el desarrollo, los diálogos piano/orquesta mostraron los hermosos fraseos de Abols, su pulcra digitación, y vuelo romántico; en la orquesta las maderas tuvieron momentos de gran belleza, junto a sonidos poco pulcros, mientras que violines, violas y chelos, lo hicieron con musicalidad.
Logrado fue el contraste logrado, entre la fuerza enérgica de la orquesta y la sensibilidad del solista, en su segundo movimiento, que es casi un recitativo en el piano, produciendo diálogos de gran interés, la frase final en suspenso del solista, fue hermosa, al tiempo que la afinación de parte de la orquesta, fue dudosa.
Musicalidad contrastante, se evidenció en el tercero y final, brillante en Abols, e irregularidad en la orquesta, que mostró varios desajustes y golpes poco musicales; en todo caso la brillante interpretación de Armands Abols, logró que la versión fuera largamente aplaudida.
Debemos señalar las brillantes cadenzas de los movimientos primero y tercero, donde Abols, mostró virtuosismo y sensibilidad.
Respondiendo a los aplausos, el solista ofreció dos encore, una de las danzas de Romeo y Julieta de Prokofiev y otra obra de un autor letón.
El cierre del concierto, planteó muchas dudas con la versión de la Sinfonía de los Salmos de Igor Stravinsky, obra en la participaron además el Coro Sinfónico y la Camerata Vocal de la Universidad de Chile, que dirige Juan Pablo Villarroel.
Uno de los aspectos que más llamó la atención en la dirección de Grin, fue lo plano de la versión, que no resaltó para nada, ni lo ortodoxo, ni las secuencias a la manera gregoriana, como tampoco pretendió que aquellas frases, en que alguna voz cobra importancia en razón del texto, sobresaliera.
Asimismo la orquesta, sin violines, como lo pide la partitura, tuvo demasiados desajustes, en particular entre algunas maderas y en los bronces, donde el pulso fue difuso.
El coro, que nos pareció muy bien preparado por Juan Pablo Villarroel, fue perjudicado por los gestos poco claros de la dirección, ello significó que en la tercera parte, de ritmos complejos, se produjeran entradas fuera de tiempo y atrasos en fraseos de algunas frases. Del mismo modo, las voces se plantearon sin relieve, desaprovechando su reconocida calidad vocal.
La obra pareció con ensayos insuficientes, por la inseguridad en ciertas entradas, a manera de ejemplo, el tutti en forte, cerca del final del segundo salmo.
Creemos que Leonid Grin, queda en gran deuda con una obra fundamental del siglo XX, y en particular con el público, que espera mucho más de él.
Gilberto Ponce. (CCA)