RENCA, PARÍS Y LIENDRES.
A pesar de los agoreros, que han anunciado el fin de la ópera, las evidencias en torno a una convocatoria totalmente transversal y en aumento, los contradice, pues cada vez son más numerosos sus adictos, de todas las edades y todas las clases sociales.
Una razón puede ser, la amplitud de temas que trata, temas que son reflejo de las pasiones y pulsiones humanas, enfocando lo social, político, histórico, cómico o crítico, por solo nombrar algunos; en todo el mundo se estrenan permanentemente y con gran éxito, óperas de las más diversa factura, y nuestro país, aunque con cierta timidez, parece estar siguiendo la tendencia.
Viento Blanco de Sebastián Errázuriz, conmovió por la contingencia de su argumento, antes las aventuras de un bandolero chileno en California, mostraron otro aspecto del ser nacional, nos referimos a Fulgor y Muerte de Joaquín Murieta de Sergio Ortega, con textos de Pablo Neruda.
Este año y gracias al Fondart y el Proyecto para el Fomento de la Ópera en Chile, se conoció: “Renca, París y Liendres” de Miguel Farías con texto del chileno y “renquino” Michel Lapierre.
El Teatro del Centro Cultural de Carabineros de Chile, fue el magnífico lugar para su estreno; que no estuvo ajeno a la controversia, porque en una costumbre muy nacional, surgieron críticas al argumento y su locación, es así que llegó un grupo de personas, que no habían visto la obra, y que se permitieron llegar con pitos y pancartas a tratar de impedir su representación, al sentirse agredidos y discriminados por ella.
El incidente será recordado como la “anécdota”, que rodeó el estreno de una obra realmente contundente, que se puede presentar con orgullo en cualquier país, porque su argumento, aunque es local, toca temas universales, como el consumismo, el clasismo y la necesidad de reencontrarse con el mundo, tal cual fue concebido.
Esta ópera, metafórica y alegórica, universaliza un tema enraizado en la Colonia chilena, más precisamente en Renca, y no elude, tanto el drama como la comedia.
El lenguaje musical de Miguel Farías, es bastante ecléctico, conviviendo armoniosamente el contemporáneo con la música popular, a ratos puede recordar a Alban Berg e incluso a Richard Strauss, por allí una trompeta en pianissimo nos remite al Petroushka de Stravinsky, pero nada de esto es arbitrario, todo sigue la lógica rotunda del lenguaje de Farías; del mismo modo podemos afirmar, que la coherencia de la música, y su permanente interés, radica en una observancia de la forma, avanza o reitera coherentemente, de acuerdo al desarrollo de la trama planteada por el texto de Lapierre.
El autor no hace concesiones para facilitar la interpretación, todos, desde la orquesta, solistas y el coro, son sometidos a grandes exigencias, en ningún caso gratuitas.
Mérito fue atreverse a introducir, en medio del desarrollo de lo “docto”, una estilización de un bolero y ritmos folclóricos, realizado en forma natural y acertada, pues era lo que cabía en ese momento.
Creemos que este es el camino, que debe seguir la música llamada docta, sin experimentalismos, a veces absurdos, teatrales, efectistas, que más parecen responder a las necesidades de los esnobs.
La Orquesta Sinfónica de Chile, dirigida por Francisco Núñez, cumplió una espléndida y ejemplar labor.
La escenografía muy limpia, precisa, alegórica y funcional, las proyecciones digitales del más alto nivel, la iluminación convierte en real lo fantástico; el vestuario en un inteligente juego de contrastes, perfila los personajes.
La régie de Miguel Ángel Jiménez, es limpia, coherente y con una solución excelente para el coro, lo que no pudo solucionar, está referido al porqué del vuelco que produce la solución del conflicto, pero eso es responsabilidad del texto, que no lo deja muy claro.
El Coro Magnificat, que dirige Marcela Canales, dando muestras de un gran profesionalismo, no solo en el canto, también en las coreografías.
Los solistas fueron: el barítono David Gáez, como el “Caeza ´e chancho”, en una sorprendente actuación, tanto en lo vocal, como representando al poderoso y lujurioso personaje; “Don Emilio” especie de dios de las tragedias griegas, que manipula a los personajes, fue muy bien concebido por el tenor César Sepúlveda, genial en la escena de la lectura del diario; Claudia Godoy la estupenda mezzosoprano, dio vida a la “Guatona Metalera”, impecable en lo vocal y en actuación; una interesante sorpresa fue el muy joven barítono Nicolás Aguad, quien con prestancia y hermosa voz dio vida al “Flaite Ilustrado”; “Kiltro-Warén” lo cantó y actuó con gran profesionalismo el tenor Leonardo Pohl.
Poética resulta la intervención del violinista en escena, a cargo de Jaime Flores, divertidísimo en la escena donde le cuesta solucionar el “bolero” para el “Caeza ´e chancho” y la “Guatona Metalera”.
Una inyección de aire fresco para la música y ópera nacional, mérito de sus autores y sus gestores, junto a las instituciones que colaboraron en su realización, entre ellas, la Corporación Cultural Carabineros de Chile.
Los interminables aplausos, fueron mucho más decidores que las anecdóticas manifestaciones en contra, bienvenida esta nueva ópera chilena.
Gilberto Ponce. (CCA)
Gilberto: Coincido 100$ contigo. La vi el viernes y realmente me cautivó profundamente. Por cierto, me tocó una funa de los renquinos fuera del teatro, lo que le dio aún más sabor de anécdota. Sinceramente, lo mejor de ópera nacional del año hasta el momento y, probablemente, de todo el año, digno de toda premiación y estímulo.
Atte.,
Jaime Torres Gómez
Perdón, que no se mal entienda: Revisando lo que escribí, quise decir 100%, no 100$.
Un abrazo,
Jaime T.