RODELINDA DE HAENDEL LLEGA AL NESCAFÉ DE LAS ARTES.
Un bocado digno de cardenales, fue la transmisión desde el Met de New York, hasta el Teatro Nescafé de las Artes, de la ópera de Georg Friedrich Haendel “Rodelinda”.
La afirmación, abarca no solo la música -de una belleza impresionante-, pues debemos incluir la puesta en escena, que se aleja rotundamente de todas aquellas propuestas, que a veces buscan escandalizar, más que ajustarse a los planes del compositor.
El cuarteto encargado de la producción; Thomas Lynch escenografía, Martin Pakledinaz vestuario y Peter Kaczorowski iluminación, pensó en una producción barroca, correspondiente al período de Haendel, sumando una régie sensacional de Stephen Wadsworth, quien convirtió un drama, que podría ser muy estático, en algo ágil que nunca pierde el interés, pidiendo a los cantantes actuar en forma realista, interactuando entre ellos, de forma que vivieran intensamente el desarrollo de la trama.
La escenografía circular, que se mueve incluso durante las escenas, transforma la puesta en escena en algo muy cinematográfico, con el apoyo de una iluminación en tonos pastel, cercana a los colores de la pintura barroca, estos aspectos, incluido el vestuario, nos llevan a reconocer en esta producción, uno de los trabajos más rigurosos, que hayamos visto.
El uso de figurantes, que siguen con la vida cotidiana que rodea a los personajes, pero sin interferir con ellos, le otorga continuidad a la producción, haciendo imperceptibles, las más de cuatro horas de la función; que se debe que las arias, son “da capo”, que significa repetir, toda la primera sección antes de finalizarla.
En este aspecto, otro acierto en los “da capo”, es permitir a los solistas, realizar las variaciones correspondientes.
La Orquesta del Metropolitan Opera House, conducida por Harry Bicket, se transformó en una excelente orquesta barroca, en estilo y sonoridad; debemos aclarar que Bicket, dando cuenta de su conocimiento del estilo, acompañó el clavecín del continuo, en los recitativos.
Los solistas, fueron encabezados por la soprano Renée Fleming, quien aunque no es experta en las coloraturas barrocas, mostró toda su belleza vocal, y capacidad histriónica en el rol protagónico; emocionante fue su encuentro con su esposo a quien creía muerto, o la escena donde ofrece la vida de su hijo, para así eludir un matrimonio que detesta.
El contratenor Andreas Scholl, fue Bertarido el esposo de Rodelinda, Scholl no solo es un gran actor, es un experto absoluto en las coloraturas barrocas, maneja estupendamente los contrastes dinámicos, así como las tensiones dramáticas, graduando de acuerdo a ellas su voz.
Stephanie Blythe cantando Eduvigis, mostró una faceta que va más allá de sus roles wagnerianos, los que asume en gran forma, aquí se adapta estupendamente al canto y estilo barroco, como la hermana de Bertarido.
Unulfo el amigo de Bertarido, fue cantado por otro contratenor Iestyn Davies, su timbre es transparente, maneja con maestría las coloraturas, y es muy expresivo.
Grimoaldo el intrigante, que quiere apoderarse del trono, fue cantado en magnífica forma por el tenor Joseph Kaiser, recreando toda la ambigüedad de su personaje, que se debate entre el amor y la ambición.
El bajo Shenyang actuó con gran carácter, como el conspirador y adulador Garibaldo.
No podemos dejar de mencionar a Moritz Linn, niño actor que fue Flavio el hijo de Rodelinda y Bertarido, su actuación es emocionantemente creíble, pues mostró excepcionales condiciones teatrales.
Entre la gran cantidad de escenas memorables, destacaremos el dúo de la pareja protagónica al final del segundo acto, de belleza conmovedora.
En síntesis, una producción que será recordada por mucho tiempo, debido a su perfección, los aplausos del público en el Nescafé de las Artes, se confundieron con los del Met, reconociendo su excelencia.
Gilberto Ponce. (CCA)