REABILITADOR CONCIERTO DE LEONID GRIN.
En el comentario sobre el pasado concierto, que el maestro ucraniano Leonid Grin, dirigió a la Orquesta Sinfónica de Chile, advertimos que las imperfecciones de pulso, que ocurrieron en esa oportunidad, se corregirían en su segunda presentación, cuando el conjunto, fuera capaz de comprender mejor su gesticulación, sin batuta y de mínima gesticulación con sus manos.
En efecto, la orquesta intuyó mejor los requerimientos de Grin, lográndose un rendimiento muy satisfactorio, en particular, porque dos de las tres obras interpretadas, fueron de compositores rusos.
Primero se escuchó, el “Concierto Nº 1 en Do mayor, Op. 15 para piano y orquesta” de Ludwig van Beethoven, participando como solista, el italiano Riccardo Zadra.
El pianista exhibió una hermosa línea de fraseo, alguien dijo; “canta bellamente con el piano”, y creemos que sin duda es una de sus características, suma a ello una depurada técnica, austero virtuosismo, perfecto manejo del peso de sus manos, y por supuesto una enorme musicalidad.
La introducción orquestal, que fue demasiado marcial, casi stacatto, y demasiado rápida, se atenuó recién con la entrada del solista, quien puso una tónica expresiva, con frases claras y limpias; uno de los mayores logros en ese movimiento, fue el diálogo del solista con las maderas.
Nos atrevemos a insinuar, que el concepto musical de Zadra, comparable con un clasicismo apolíneo, contagió tanto a los músicos como a la dirección.
La Cadenza –una muy poco frecuente-, permitió el desarrollo virtuoso del solista, mientras abordaba interesantes “divagaciones”, que incluyen todo tipo de modulaciones.
En el muy logrado el carácter del segundo movimiento, afloró la máxima expresividad de Zadra, mientras la orquesta mostraba hermoso sonido, en sus diálogos con el piano. La belleza expresiva del final de este movimiento fue uno de los grandes logros.
Luego Zadra marcó el tempo y el carácter vibrante del tercer movimiento; aquí la orquesta consiguió sus mejores resultados, cada intencionalidad de Zadra, fue replicada por el conjunto de la mejor forma, debido a la comunión existente entre Grin y el solista, quien ratificó cada una de sus excelentes cualidades, entre ellas su gran manejo de los contrastes dinámicos.
Es un solista, al que quisiéramos ver en otras oportunidades; lamentablemente, las ovaciones no lograron que Riccardo Zadra, ofreciera un encore.
La segunda parte se inició con las famosas “Danzas Polovtsianas” de la ópera “El Príncipe Igor” de Alexander Borodin, en ellas Grin expuso perfectamente los mundos planteados por su autor, la sensualidad oriental que se contrapone a una suerte de primitivo salvajismo; la orquesta respondió alerta, y algún pequeño accidente instrumental, no opacó la fuerza de la versión.
El concierto concluyó, con la versión de 1919, de la “Suite de El Pájaro de Fuego” de Igor Stravinsky, una de las obras capitales de comienzos del S. XX.
Pensamos que Grin logró adentrarse muy bien en su carácter, haciendo surgir nítidamente dos de las características presentes en la partitura; el impresionismo, y el primitivismo.
En su desarrollo se observaron momentos de gran brillo y fuerza, como en la Danza infernal de Katchei, o el apoteósico final, nítidamente opuestos a aquellos de melancólica dulzura, como son la danza de las Princesas y la Canción de Cuna.
La versión pudo ser totalmente lograda, de no mediar una serie de inexplicables accidentes en varios instrumentos, que ensuciaron varios momentos del desarrollo.
Leonid Grin, quien ha conseguido un alto entendimiento personal con la orquesta, logró un presentación con más luces que sombras, incluida la total adhesión de los músicos de la orquesta.
Gilberto Ponce. (CCA)