FESTIVAL DE COREÓGRAFOS EN EL MUNICIPAL.
Siempre será del mayor interés, observar en una misma función, una variedad de trabajos coreográficos, los que muestran diferentes características y tendencias, que resumen en algo, la actualidad del mundo de la danza.
Es por ello, que a pesar de no ser una competición, resulta casi imposible, no comparar, no solo en cuanto a los lenguajes expuestos, cabe también hacerlo en cuanto a resultados.
Es así que, el mayor mérito de este encuentro radicó en poder acceder a los trabajos de ocho de ellos plenamente vigentes, aunque los resultados fueron, a nuestro juicio, de calidad variable.
Por primera vez, actuaron juntos en el escenario del Municipal, la compañía dueña de casa, el Ballet de Santiago, junto a la otra gran compañía, el Banch (Ballet Nacional Chileno) de la Universidad de Chile, que se especializa en danza contemporánea, además de algunos solistas invitados extranjeros.
Las dos partes de la función, las inició el Banch, con coreografías de su actual director Mathieu Guilhaumon, primero un fragmento de Añañucas, con la sólida y poética actuación de Paola Moret y Valentín Keller, sin duda uno de los momentos altos de esa coreografía.
Posteriormente y con el resto de la compañía, ofrecieron extractos de La Hora Azul, algunos muy sugerentes y potentes, mostrando un gran desempeño de los bailarines, aunque pensamos, que existen otros fragmentos de mayor solidez coreográfica, que permiten aquilatar mejor el trabajo de Guilhaumon.
Una sorpresa, que augura un gran futuro, fue la presencia, de los que tal vez sean los bailarines más jóvenes de la velada, se trata de Romina Contreras y Sebastián Vinet, de extraordinaria prestancia escénica y belleza juvenil, quienes bailaron Trazos de Jaime Pinto, obra creada especialmente para ellos, para su exitosa presentación, en una reciente Competencia Internacional de Danza en USA.
La gracilidad de sus movimientos, tanto como la seguridad y aplomo de ambos, les valió una merecida, cálida y larga ovación.
La cadenciosa y sensual música del Danzón Nº 2 de Arturo Márquez, fue el detonante para Ellphlox, Espíritu del bosque, la primera de las dos coreografías que presentó Eduardo Yedro, se trata de una obra circular, de bastante potencia en las partes de ritmo tranquilo, pero que pierde algo de fuerza, en aquellas de fuerza sonora -tal vez requería de más integrantes-, no obstante esta capta muy bien el interés del público, seguramente, sin duda por el sobresaliente desempeño de Maite Ramírez y Rodrigo Guzmán y su fuerza expresiva.
La segunda Retrato, a partir de una muy simple música de Patricio Meneses, es demasiado predecible y obvia, no bastando el sólido trabajo de Natalia Berríos y José Manuel Ghiso, no alcanza para levantar un trabajo bastante plano.
Otro de los puntos altos de la noche, fue Mono Lisa de Itzik Galili, a cargo de dos bailarines del Ballet de Stuttgart, Alicia Amatriain y Jason Reilly, trabajo que juega incluso con la escenografía y la iluminación, en alusiones abiertas y cerradas, de gran exigencia para los bailarines, que mostró toda la potencialidad técnica y expresiva de los invitados.
Los mismos intérpretes, mostraron en la segunda parte Pas de Deux de Othello, de John Neumeier, que se basa en la plasticidad de la pareja, aunque sin mayores desafíos danzísticos, solo serena poesía, expresivamente bailada.
Isabel Croxato, montó para el Ballet de Santiago, La Siesta de un Fauno, una especie de homenaje a la coreografía de comienzos del siglo XX de Vaslav Nijinsky, que provocó un mayúsculo escándalo en su estreno.
Croxato se inspira en la coreografía original, para un solo bailarín, pero aquí, este es multiplicado muchas veces en la secuencia inicial, solo algunas proyecciones, ensucian algo el trabajo, luego en la transición a la segunda parte, todos abandonan sus máscaras y parte de su vestimenta, apareciendo faunos y ninfas, para concretar el sueño erótico del Fauno, en una orgía desarrollada con finura y gusto, pero luego en un anticlímax que rompe la potente magia anterior, vuelve al inicio, ahora con un solo de José Manuel Ghiso, pobremente desarrollado, tanto que ni la prestancia del solista, logró entusiasmar, lo que sin duda explica la fría reacción del público.
Demasiado retórica, nos pareció la propuesta de Demis Volpi, llamada Creación Coreográfica, que es una mezcla inorgánica, que a ratos parece improvisada -por lo errática-, con muchas reiteraciones que poco aportan, como las linternas que enfocan al público, mientras algunos personajes oníricos y espectrales, entran y salen sin mayor concierto, el solo de Luis Ortigoza, a pesar de su enorme profesionalismo, no logra levantar el interés, por una coreografía, que deja planteadas demasiadas dudas, en cuanto a su concepción; bienvenida la danza contemporánea, pero con más sustento.
La culminación del festival, trajo nuevamente a escena, una de las obras maestras de uno de los más grandes coreógrafos del siglo XX, Maurice Bejart, su hipnótico Bolero, con música de Ravel, con todo el cuerpo masculino, incluidos aspirantes y alumnos, que acompañaron a Friedemann Vogel del Ballet de Stuttgart, en esta arrebatadora coreografía.
Vogel sin la menor duda, es un gran bailarín, transformándose en el eje de esta progresión coreográfica, que no cesa en su Perpetuum mobile, solo podríamos haber deseado que sus movimientos de brazos, fueran menos blandos, tal como exhibía desde el piso el resto de la compañía -con todas las primeras figuras incluidas-; esta consideración no pretende restar mérito, a un trabajo de primer orden, que arrancó las más merecidas ovaciones, de parte de los asistentes que llenaban el teatro.
La fuerza avasalladora del trabajo de Bejart, fue estupendamente expuesto, por los bailarines del Ballet de Santiago, que dirige Marcia Haydée, a quien se debe la excelente idea de este Festival de Coreógrafos.
Gilberto Ponce. (CCA)