PROGRAMA FRANCÉS EN LA SINFÓNICA.
Desconcertante en ciertos aspectos, fue el resultado del programa francés que dirigió Maximiano Valdés con la Orquesta Sinfónica de Chile.
Aunque bien se sabe la afinidad que el experimentado director tiene con este repertorio, considerando que desde el punto de vista del estilo este fue muy adecuado, creemos que no lo fue así en cuanto a prolijidad, ¿fueron suficientes los ensayos?.
Demasiados desajustes, y sonidos poco pulcros fueron la tónica de muchos fragmentos; otro aspecto que se evidenció en al menos en un par de obras, fue una distancia expresiva, acusando pocos contrastes lo que trasformó las versiones en algo muy apacible, refinado, pero con poca vida.
Esto es válido para el famoso “Preludio a la siesta de un Fauno” de Claude Debussy, de momentos notables, como la participación del solista en flauta, en un derroche de expresividad, o la sutileza de maderas y cuerdas, que se contrastó con un sonido demasiado concreto y exceso forte por parte de los cornos, cuya sonoridad no fue suficientemente balanceada.
Valdés logró en esta obra momentos muy sugerentes y descriptivos, como cuando realzó las texturas, contrastándose con otros muy poco expresivos.
Luego se ofreció una de las varias versiones que existen del “Réquiem” Op. 9 de Maurice Duruflé, siendo en esta oportunidad la escrita para cuerdas, órgano, trompetas -sin el timbal que contempla esta versión-, dos solistas y coro, en este caso la Camerata Vocal de la Universidad de Chile, que dirige Juan Pablo Villarroel.
Los quince integrantes del coro, dos de los cuales fueron los solistas, cantaron con sus ya conocidas bellas voces, pero haciéndolo casi siempre en volumen mínimo, significando desperfilar la polifonía vocal, mientras sus voces eran sobrepasadas por las cuerdas y el órgano a cargo de Camilo Brandi, solo en las escasas partes forte, sus voces se cohesionaron bien con los instrumentos.
La dicción de las primeras partes no fue lo suficientemente clara, en contrario en las partes finales fue ejemplar.
Los registros del órgano fue otro aspecto que llamó la atención, los que por su similitud y dinámica tan pareja, se tornaron planos y poco expresivos, muy extraño en el experimentado Brandi, a quien le hemos escuchado notables presentaciones; no sabemos si esta característica obedeció a indicaciones de la dirección.
De los solistas diremos que la mezzosoprano Ana Navarro cantó con prestancia su Pie Jesu, particularmente en las secciones forte, en las otras fue casi inaudible, pues la obra exige cantar en tesitura muy baja, el barítono Esteban Sepúlveda cantó expresivamente y con hermosa voz su breve parte en el Ofertorio.
La segunda parte estuvo dedicada a obras de Maurice Ravel, primero se escuchó Le Tombeau de Couperin en una versión bastante cuidadosa pero deslavada, a pesar del gran nivel de las intervenciones de los instrumentos solistas, a manera de ejemplo el oboe y el resto de las maderas en cada una de sus intervenciones.
Pensamos que faltó diferenciar mejor el carácter de cada movimiento, y a pesar de la prolija dirección, no hubo la necesaria vitalidad, aunque reconocemos que el comienzo fue muy prometedor, cuando desde los primeros compases se observó una potente progresión con la estupenda participación de la flauta y flautín solistas, posteriormente se perdió la tensión expresiva, aún más, agravada con el hecho que en sus diversas partes se produjeran desajustes y figuras poco claras.
Las cosas mejoraron en la Suite de Dafnis y Cloe del mismo Ravel, en la que Valdés logró enfocar estupendamente en el espíritu de la obra, consiguiendo de sus dirigidos un rendimiento de mejor nivel, en particular en cuanto a sonido en la notable progresión del comienzo, posteriormente fue evidente el cuidadoso manejo que Valdés tuvo con la partitura, sobre todo en cuanto a carácter, pero este factor no logró disimular, algunas imprecisiones en figuras y desajustes de pulso, particularmente en el orgiástico final, que logró la más entusiasta respuesta de los asistentes.
Gilberto Ponce. (CCA)