EL BANCH ESTRENA UN CASCANUECES MUY PARTICULAR.
En el Arte no es extraño encontrarse con creaciones que sorprenden, ello es parte de su esencia, y así ha venido ocurriendo desde sus inicios, razón por la que necesariamente los públicos deben estar dispuestos a ser sorprendidos, por algo que puede resultar para los espectadores dulce, amargo o la combinación entre ambos, empero es preciso señalar que la sorpresa tiene un origen, que está en sus creadores, cuyos trabajos pueden tener un dispar resultado, en ocasiones afortunado y en otros fallido, independiente del desempeño de quienes desarrollan ese trabajo, en este caso los bailarines de la compañía universitaria.
La reflexión alude al estreno de Cascanueces, uno de los íconos del ballet de todos los tiempos por el BANCH (Ballet Nacional Chileno) que dirige Mathieu Guilhaumon, quien encargó la dramaturgia a Christine Hucke y el diseño integral (escenografía, vestuario e iluminación) a la francesa Laurène Lemaître, contando además con la Sinfónica Nacional dirigida por Rodolfo Saglimbeni en el acompañamiento musical.
Clara la protagonista en el primer acto. foto Patricio Cortés
Se dijo que esta era una relectura del clásico cuya genial música es de Piotr Ilich Tchaikovsky, la que sin duda está en el inconsciente colectivo, tanto como se entiende que se trata de un cuento de Navidad, dedicado principalmente a los niños, basado en el relato de E. T. A Hoffmann llamado Cascanueces y el Rey de los Ratones que transita por la magia, la inocencia infantil y la realidad, donde Cascanueces se transformará en un Príncipe que agradecido por la ayuda que Clara la niña protagonista le presta en su lucha contra del Rey ratón, llevándola luego hasta un reino encantado poblado de muñecos de diversos países.
Pero en esta versión ni en la escenografía ni en el vestuario se alude a la Navidad, salvo en los grandes globos de árbol de pascua del primer acto, y la historia deja de ser para niños, debido a que la niña Clara es ahora una adolescente o llegando a ella, con las pulsiones propias de la edad, entre ellas la búsqueda del amor, los niños que aparecen son casi una caricatura de mal gusto, mientras que los padres se muestran burdamente sexualizados, y en general las acciones de los personajes tienden hacia lo grotesco, incluso cercano al mal gusto; ejemplo de ello, cuando la familia come la supuesta cena de Navidad que resulta de burdo y de grosero mal gusto o bien en algunas de las danzas del segundo acto, como en la española en la que los bailarines visten atuendos imitando al parecer, al conjunto español Locomía.
La familia come la cena de Navidad, sobre la mesa Drosselmeyer (Fabián Leguizamón) foto Patricio Cortés
Clara se enamorará del sobrino (ayudante) de Drosselmeyer, quien le entrega un Cascanueces de regalo, mientras que su hermano recibe “una jaula con un peluche de un ratón”, de ahí en adelante Cascanueces desaparece y la única alusión serán unas grandes nueces que en el segundo acto se descuelgan para ser tomadas por los bailarines, para danzar con ellas.
No obstante en medio de aspectos dudosos, consideramos un acierto visual el inicio del segundo acto con el escenario muy vacío, donde Clara y el sobrino de Drosselmeyer ya enamorados bailan dentro de unos grandes globos transparentes, en cuyo interior hay nieve como en los juguetes navideños.
El sobrino de Drosselmeyer y Clara al inicio del segundo acto. foto Patricio Cortés
Aunque las danzas de los diversos países se escuchan, las coreografías no aluden a ellas, es así que el emblemático Vals de las Flores, es bailado por tres varones y una bailarina en otro contexto.
En el aspecto escenográfico creemos que no se consideró el real tamaño del escenario, ya que en el primer acto aparecen unos grandes globos de Navidad, que más bien obstaculizan la fluidez de los movimientos de los bailarines y si a ello se le suman otros elementos que se utilizan, este se reduce más aún, resulta extraño en alguien con el currículo de Lemaître, quien también es responsable del vestuario haya obtenido este resultado, con muchos elementos propios del feísmo, que también ocupa importante lugar en el arte, pero que tiene poco que ver con un cuento navideño, otro ejemplo de ello son las orejas de ratón que llevan algunos bailarines, además nos parece de un simbolismo poco comprensible los arneses que llevan casi todos los bailarines en el segundo acto.
Escena del segundo acto. foto Patricio Cortés
La coreografía es bastante certera con el personaje de Drosselmeyer, exigiendo un constante y casi permanente trabajo de Fabián Leguizamón de notable desempeño; al comienzo Clara, su hermano y el sobrino de Drosselmeyer tienen actitudes infantiles, las que abandonan luego por saltos, contorsiones y pasos más propios de adultos.
Un gran valor lo constituye el trabajo de la compañía, de gran exigencia ya que les obliga a estar en forma casi permanente en el escenario, no olvidemos que son menos de veinte integrantes, mostrando gran entusiasmo, disciplina y profesionalismo, en una coreografía que salvo en escasos momentos no estuvo a la altura de ellos, debemos destacar uno de los mejores momentos, a nuestro juicio, del trabajo de Guilhaumon, nos referimos al pas de deux del final del segundo acto entre Clara y su enamorado el sobrino de Drosselmayer.
El dúo de amor de Clara y el sobrino de Drosselmeyer. foto Patricio Cortés
Otro aspecto digno de elogio fue el desempeño de un grupo de la Sinfónica Nacional, dirigida por su titular Rodolfo Saglimbeni los que realizaron un convincente desempeño desde el incómodo foso del Teatro Baquedano, toda la sección final del ballet fue de gran musicalidad, belleza sonora y notablemente expresiva.
Un momento del segundo acto. foto Patricio Cortés
Un Cascanueces que plantea más dudas que certezas, en una relectura que no se constituyó en un aporte, ni en la dramaturgia ni en la puesta en escena, con una coreografía errática en propósitos y sin lograr la síntesis entre lo contemporáneo y la tradición, dejando a gran parte del público con dudas y un sabor más bien amargo.
Gilberto Ponce (CCA)