ANIVERSARIO DE LA FILARMÓNICA DE SANTIAGO.
Sesenta años de una muy fructífera labor, cumplió la Orquesta Filarmónica de Santiago, pilar fundamental de las temporadas sinfónicas, de ópera y ballet del Teatro Municipal, en las que ha cosechado grandes triunfos.
En el presente, está pasando por unos de sus mejores momentos, en un largo camino, iniciado cuando Leopold Ludwig dirigiera su primer concierto; luego Juan Matteucci asumiría la titularidad, para luego dar paso, a personalidades como Juan Pablo Izquierdo, Roberto Abbado, Michelangelo Veltri, Gabor Ötvös, Maximiano Valdés, Jan Latham Koenig y Rani Calderon, entre otros, siendo su actual director titular, el ruso Konstantin Chudovsky, junto al director residente José Luis Domínguez.
El concierto de celebración de sus 60 años, fue dirigido por su titular Konstantin Chudovsky, en un programa, que consideramos muy logrado, solo en sus obras sinfónicas, debido a que la solista en violín, no rindió de acuerdo a sus pergaminos.
La Danza Fantástica del chileno Enrique Soro, que abrió la jornada, mostró la importancia que reviste el hecho, que un director extranjero, conduzca una obra nacional, después de habernos acostumbrados a versiones generalmente rutinarias, y muchas veces solo estruendosas, ahora Chudovsky, abrió nuevas facetas, destacó las filigranas, jugó estupendamente con los contrastes, manejando su desarrollo con hermosos fraseos, en un estupendo balance entre los temas exultantes y los cantabile. Sin duda se trató de una de las mejores versiones, que hemos escuchado.
Luego la joven Rachel Kolly d´Alba, que se presentó con un espectacular y muy ajustado vestido, interpretó, el no menos bello Concierto para violín y orquesta en Mi menor, op. 64 de Felix Mendelssohn.
Pero su arrollador ingreso al escenario, que auguraba al menos mucha pasión, se desdibujó desde la entrada, pues aunque su sonido es hermoso, es demasiado pequeño, y su acercamiento a la expresividad es muy débil, dando la impresión que tal vez, por primera vez, o hace mucho tiempo, no interpretaba la obra, ya que en varios momentos, atrasó el pulso peligrosamente, obligando a Chudovsky a contener el de la orquesta, desdibujando la expresividad; pero sin duda lo que llamó más la atención, es que su afinación, al menos en esta ocasión, no fue siempre certera.
Afortunadamente, el concierto finalizó con la Sinfonía Nº 4 en Fa menor, Op. 36 de Piotr Ilich Tchaikovsky, en una versión que captó plenamente el espíritu del Fatum (destino trágico) que la envuelve, ya que fue escrita, en uno de los momentos más penosos en la existencia de su compositor, sinfonía que inicia el ciclo, donde se plasman los sentimientos más profundos de Tchaikovsky, por ello es que lecturas superficiales, solo mostrarán la cáscara de lo sugerido por su autor.
Es en este punto, donde creemos que acertó Chudovsky, al plantear un desarrollo que penetró en los vericuetos existenciales, en lo oscuro y en lo luminoso, graduando las tensiones en cada una de sus partes, al tiempo que estableció total unidad en toda la obra.
Solo cabe alabar el magnífico rendimiento de la Filarmónica, pues cada familia trató de obtener el mejor rendimiento posible, y vaya que lo lograron.
Sólido y brillante fue el ingreso de los bronces, en su inicio, cuando esa especie de fanfarria anuncia el drama que se desarrollará, que luego se contrasta con el engañoso tema expuesto por cuerdas y maderas, que fue levemente contenido, creando la tensión precisa.
Un detalle importante, fue que la batuta, contuvo los desbordes, para sostener la progresión, en este desarrollo se escucharon bellísimos pianissimo y contrastes en maderas y cuerdas.
El hermoso tema central del segundo movimiento, fue expuesto sensible y bellamente por oboe, “cantándolo” como debe ser, ya que se trata de una canción popular, algo similar ocurrió con la musical intervención de los chelos, en el segundo tema, fue evidente el cuidado en las transiciones entre las diversas familias, destacando fraseos y articulaciones, no podemos sino señalar el magnífico sonido de las cuerdas.
El pizzicato, que caracteriza el tercero, fue de tremenda perfección -creemos que como pocas veces-, en un lujo de detalles en sus juegos dinámicos, y precisos acelerando y retardando, en la sección central respondieron con la misma calidad las maderas, perfecto el flautín en sus figuras, la incorporación de los bronces completó el círculo virtuoso, su final fue alado, lo justo, para dar paso al movimiento final, que se inicia con esa engañosa sensación de optimismo, donde Tchaikovsky es pródigo en las percusiones, que tuvieron estupendo desempeño, en especial el timbal; luego en su desarrollo, cuando se escucha el tema referido al abedul en las maderas, fraseos y articulaciones de gran perfección se escucharon en las cuerdas.
La progresión dinámica y dramática, fue cuidadosamente desarrollada, con acertados contrastes, para llegar finalmente al apoteósico clímax concluyente, que arrancó las más estruendosas ovaciones, para esta versión que no dudamos en calificar, como una de las mejores que hayamos escuchado en vivo.
Gilberto Ponce. (CCA)