CENTENARIO DE LA CONSAGRACIÓN DE LA PRIMAVERA EN LA SINFÓNICA.
La celebración de los cien años del estreno, de uno de los más grandes hitos de la Historia de la Música, ha significado que en todas partes del mundo se la programe tanto como obra sinfónica, o como ballet, reponiendo o creándose nuevas coreografías de La Consagración de la Primavera de Igor Stravinsky, cuyo estreno en París en 1913 desencadenó uno de los escándalos más bullados de la Historia del Arte.
El camino abierto por Wagner con Tristán e Isolda, es llevado a límites inconcebibles, para muchos de sus contemporáneos por el joven Stravinsky, cuando en una alianza con Diaghilev director de Los Ballets rusos de París y Vaslav Nijinsky, como coreógrafo, estrena este monumento de la indagación melódica, rítmica y de timbres orquestales; el solo hecho de utilizar una orquesta de tales dimensiones, menos en un ballet, ya supuso la primera discrepancia.
Las disonancias resultaron insoportables para muchos espectadores, que junto a los enemigos del autor, se trenzaron en una verdadera batalla campal con los partidarios de Stravinsky, que significó hasta la intervención de la policía, mientras el compositor huía por una puerta lateral.
Por supuesto, la reposición en otro teatro, fue un éxito rotundo, el que no ha mermado a través del tiempo, y al revés, cada vez son más los admiradores de la obra.
En ella, aparece el llamado primitivismo, en el que el ritmo tiene radical importancia, pues se utiliza como elemento expresivo.
Pensamos que la versión que dirigió Zsolt Nagy, sufrió de una de las constantes de los últimos conciertos sinfónicos, la falta de los ensayos necesarios; sin duda estos se concentraron en el estreno de la otra obra del programa; por ello cabe la pregunta ¿es posible programar en un mismo concierto, obras que requieren de extrema prolijidad, sin tener el tiempo de abordarlas como lo requieren?
Nagy es un director de gran prestigio, pero su versión adoleció del vigor necesario, nada de esa fuerza telúrica presente en la partitura, los clímax quedaron a medio camino; la percusión, vital en la obra, fue muy discreta; esto en cuanto al enfoque general y para no explayarnos, pero más serio encontramos las constantes desafinaciones, desajustes de pulso, entradas y cortes a destiempo; solo nos queda concluir que fue necesario una mayor cantidad de ensayos; la obra es demasiado compleja en dificultades, como para dedicarle escaso tiempo.
Creemos que la Orquesta Sinfónica de Chile, debe recuperar el alto nivel alcanzado, al parecer ha perdido la mística observable hace poco tiempo atrás, se supone que por su prestigio debiera marcar pautas en nuestro país.
En la primera parte se escuchó el estreno en Chile de: “Diálogo con el espacio agredido”; Concierto para flauta y orquesta del compositor italiano Gabriele Manca.
La obra escrita para una gran orquesta, incluida una gruesa percusión, es una especie de indagación en timbres, contrastes y colores instrumentales, con fragmentos muy experimentales en cuanto a disonancias, pareciendo incluso indagar en los cuarto de tono en algunas secciones.
Presenta bloques sonoros en fortissimo en muchos de los tutti, algunos de los cuales parecieran citas a Penderecki, incluso una sección recuerda un fragmento de la Consagración de la Primavera -homenajes que nos parecen pertinentes-, mientras que algunas secciones se ven influidas por lo oriental.
Pensamos que buena parte del éxito de la obra, se debe a varias secciones pianissimo, que le otorgan un suerte de equilibrio general.
No obstante, la reiteración de algunos recursos composicionales le hace perder algo del atractivo, extendiéndola tal vez innecesariamente.
El trabajo del solista en flauta Guillermo Lavado, a quien está dedicada la obra, fue de un gran profesionalismo y musicalidad, en una obra que explota bastante bien las características del instrumento.
Sin duda, por tratarse de un estreno de grandes dificultades, esta obra fue objeto de una mayor preocupación de parte de Zsolt Nagy, lográndose por ello una estupenda versión.
Gilberto Ponce. (CCA)
Estoy de acuerdo básicamente en el punto de los errores en los criterios de programación, y por tanto de la eficiencia de los ensayos dispuesta.
Por cierto, la obra de Manca (¡¡ una maravilla !!) debe haber ocupado buena parte de la pauta de ensayos, resintiéndose especialmente la primera parte de La Consagración… .
Por otro lado, sigo insistiendo que disponer una parilla de casi 30 programas diferentes y de dificultades técnicas fuertes, no es lo que la Orquesta Sinfónica de Chile (y todas las orquestas nacionales) requiere.
De hecho, en el pasado no habían más de 14 ó 15 programas de abono, y lo demás era extensión.
Es cierto que las pautas de hoy (economicistas, a MUY lamentable pesar…) exigen de los músicos exigencias literalmente INORGÁNICAS de tiempo, todo por una enfermiza visión de tener prácticamente todas las semanas del año una diferente oferta programática.
Pareciera que los programadores se olvidan que somos un país tercermundista y que aún somos vulnerables en muchos aspectos. En lo musical, aceptemos que nos queda mucho para alcanzar un nivel de orquestas tipo A, e incluso tipo B. Por eso, hagamos las cosas bien, que se programe con criterios más «CUALITATIVOS» que «CUANTITATIVOS».
En el caso de la Consagración, si bien es una obra de repertorio de la Sinfónica (la última vez se hizo en enero del año pasado magistralmente dirigida por Francisco Rettig, y en donde la orquesta tuvo quizás el mejor desempeño que me ha tocado presenciar de esa obra con esta orquesta). Y antes en 2006, se hizo muy bien dirigida por el argentino Alejo Pérez. Pero siempre esta obra constituye un fuerte desafío a toda la orquesta, y por más que esté incorporada en el repertorio habitual, igualmente hay que prepararla como si fuera la primera vez.
Estoy de acuerdo que hubo desajustes y errores en varias secciones solísticas. En cuanto a la visión de Nagy, en lo personal me fue cautivando de menos a más. Es cierto que quizás faltó imprimirle más fuerza, pero también eso obedecía a un concepto claramente más asociado a lo analítico que al primitivismo subyaciente. Es más, la percibí con un directo enfoque «de cámara» (con las debidas proporciones) y con una sensibilidad más bien «impresionista» que a aquel químico primitivismo étnico asociado. En ese contexto, Nagy es consecuente y plantea una lectura que no deja de ser interesante, no obstante suscribo que a ratos me habría gustado sentirme más visceral y primitivamente hipnotizado. Pero con tan sólo una diáfana lectura (maravilloso el tratamiento de los tutti, fueron de una prístina claridad), más un certero tratamiento tímbrico de las texturas sonoras de conjunto y solistas, me hizo salir del teatro con una renovada visión de la obra, por cierto, más viva que nunca…