PENDERECKI EN LA SINFÓNICA.
El doceavo concierto de la Temporada de la Orquesta Nacional de Chile, fue dirigido por el director ruso holandés Daniel Raiskin, ocasión en que el conjunto volvió a mostrar algunas de sus mejores facetas en particular un hermoso sonido general, y en cuanto al programa no cabe duda que el mayor interés estuvo en la interpretación del Concierto para violonchelo y orquesta de Penderecki.
Primeramente la orquesta interpretó la Obertura Euryanthe de Carl María von Weber, obra que reemplazó a la de Wagner programada originalmente, debido a que el director Raiskin, en una actitud que nos parece extemporánea para los tiempos que se viven, no dirige Wagner debido a que él como judío, asocia al compositor con los horrores del período nazi. No sabemos que pensará de la orquesta que dirige Baremboim con músicos judíos, palestinos y árabes, o del hecho que en Israel en la actualidad no exista un veto a las obras de Wagner, en fin de todas formas respetamos su forma de pensar, la que no compartimos, la música está por sobre esas diferencias.
De la versión de la obra de Weber, pensamos no tuvo los ensayos suficientes, creemos que las otras deben haber ocupado gran parte de estos, por ello no estuvo a la altura de las bondades que esta tiene, con una introducción gruesa y poco sutil, en exceso ruidosa con forte descontrolados, con algunos notorios desajustes en su desarrollo y poco pulcra en sus detalles.
Posteriormente las cosas cambiaron radicalmente con la interpretación del Concierto Nº 2, para violonchelo y orquesta de Krzysztof Penderecki, interpretado por un inspirado Celso López, obra que llevó a muchos interesados a escucharla, debido a lo poco frecuente que resulta interpretar al compositor polaco en nuestro país.
El concierto, que nos parece más bien un concertante para chelo y orquesta, reúne las características de un Penderecki que se ha alejado del lenguaje rupturista de sus primeras obras, aquí al igual que en muchas de otras, el autor mezcla diversos lenguajes estilísticos, constituyendo un todo equilibrado entre tonalidad y disonancia, bien lo ha expresado él mismo: “la música para mí es una sola, y utilizo aquello que creo necesario, sin importar si son secuencias gregorianas, tonales clásicas o contemporáneas, si expresan lo que deseo”.
La versión de Raiskin fue cuidadosa en el manejo de contrastes y texturas, tanto como en el balance entre solista y orquesta, del mismo modo trató las múltiples repeticiones, a veces casi obsesivas, acentuando progresiones y fraseos de una partitura magistralmente orquestada, que incluye un importante número de percusiones.
Celso López obtuvo un resonante triunfo, no solo por su musicalidad, también por la afinación, y el como resolvió los múltiples desafíos planteados por su autor, con hermoso sonido, sólido o dulce, meritorias dobles cuerdas y pizzicato, mezclando contrastes, siempre con inteligentes fraseos, por ello las ovaciones recibidas al final, mostraron claramente el reconocimiento del público al solista, y a la orquesta que dirigida por Daniel Raiskin que dieron todo de sí mismos, para su mejor éxito.
En la segunda parte se interpretó la Sinfonía Nº 7 en La mayor, Op. 92 de Ludwig van Beethoven, en una versión bastante energética, y en tempo bastante rápido, que fue de menos a más; si bien coincidimos que su espíritu está cerca de lo danzable, Wagner la denominó “apoteosis de la danza”, no por ello la velocidad es su impronta. Es así que el segundo movimiento perdió peso en lo cantabile, pero es destacable la sonoridad de las cuerdas en sus partes fuertemente melódicas.
Más cerca del carácter, estuvieron el tercero y el cuarto en los que la velocidad impresa por la batuta, exigió al máximo a los instrumentistas que respondieron admirablemente a los requerimientos, es así que no por la popularidad de la obra, sino que por la calidad mostrada por los músicos, que el público la ovacionó sin reservas.
Gilberto Ponce. (CCA)