CARMINA BURANA DE KONSTANTIN CHUDOVSKY.
No cabe duda, que cuando Carl Orff escribió su cantata escénica Carmina Burana en la década de los treinta del siglo pasado, jamás pensó que esta se convertiría en un verdadero icono universal, que mantiene su vigencia y éxito, tal como ocurriera en su estreno.
La obra es una perfecta síntesis de lenguajes musicales, donde lo arcaico de la Edad Media profunda, se mezcla sin complejos con las sonoridades propias del siglo XX, en un discurso coherente, sin perder jamás la esencia de los cantos goliardos que la inspiraron.
Orff incorpora muchos de los elementos rítmicos e instrumentales desarrollados por él en su “Música Poética”, destinada a la enseñanza de la música en los niños, aunque avanza en el sentido armónico, otorgándole además con la instrumentación una variedad de timbres de sorprendente originalidad, elementos que se encuentran presentes en otras de sus obras, convirtiéndose en una de sus características más relevantes.
Su poderosa música ha dado pie a innumerables coreografías estrenadas por las más grandes compañías de ballet de todo el mundo, en nuestro país se cuenta con la señera y formidable coreografía que Ernst Uthoff creara para el Ballet Nacional Chileno, obra que se ha venido ofreciendo con impresionante éxito desde su lejano estreno en la década de los cincuenta, llegando hasta más allá de las fronteras de Chile, incluido el Lincoln Center de New York.
Existen innumerables grabaciones con versiones de la más diversa factura, y aunque se pueda disentir de algunas, su impacto se mantiene incólume; estas son las razones del interés provocado por esta nueva versión, ahora bajo la dirección del talentoso director ruso Konstantin Chudovsky, que debutara en el Municipal con resonante suceso con su versión de la ópera Boris Godunov.
Ahora convertido en director titular de la Filarmónica, este sería su primer concierto en esa condición, provocándose una gran expectativa, que se vio confirmada debido a la extrema pulcritud de su trabajo.
En esta pulcritud reside gran parte del logro, el resto fue conseguido por una estupenda Orquesta Filarmónica, los sólidos solistas y la carta siempre segura que es el Coro del Teatro Municipal que dirige Jorge Klastornick.
En primer lugar debemos destacar el manejo de los balances, tanto en la orquesta sola, como cuando interviene con el coro, esto permitió una transparencia sonora que destacó nítidamente los motivos en algunas de las familias instrumentales, en particular los juegos rítmicos de la numerosa percusión. Chudovsky destacó algunas frases y acentos, elevó el volumen de ciertos instrumentos, consiguiendo exquisitos timbres, manejó gradaciones y progresiones tanto como los contrastes dinámicos.
El Coro, y ya no es novedad, respondiendo a cada una, de las a veces grandilocuentes indicaciones de las manos del director –dirige sin batuta-, con hermosos piano y sólidos forte, marcando intencionalidad a cada una de las estrofas, y por sobre todo en balance perfecto con la orquesta.
Así como la orquesta es exigida en lo técnico, el coro lo es en lo vocal, por ello no es extraño que los solistas tengan desafíos inusitados en dificultad, en este aspecto el solvente trío solista fue el otro factor del éxito, no solo por su profesionalismo, pues la han cantado en numerosas ocasiones.
Ubicados completamente de espaldas al director, abordaron con su habitual prestancia sus complejas partes; Patricio Sabaté el barítono se da el lujo de marcar intencionalidades en cada una de sus frases, las que le exigen llegar a extremos en la tesitura, tanto con voz normal como en falsetto, su notable éxito casi se vio empañado por una pequeña duda de afinación en una de las estrofas del Abate en la taberna, aunque sigue abrumando su solvencia interpretativa.
Germán Greene el tenor debe hacerlo solo cantando en falsetto , cuando enfrenta sinuoso el canto del cisne, su vasta experiencia en el rol, le aseguró el logro total.
Patricia Cifuentes, es muy expresiva y logra salvar airosamente las monumentales exigencias en sus agudos, pero algunas de sus frases resultaron un poco duras, aunque debemos destacar su impresionante final.
Chudovsky le otorgó a la obra una férrea unidad, casi sin pausas entre números, obligando a los intérpretes a cambiar de carácter y dinámica en forma constante, una muestra más de su acuciosa preparación.
Un concierto que fue justamente ovacionado por el público que repletaba el Teatro Municipal, obligando a repetir el celebérrimo “OH Fortuna”.
Gilberto Ponce. (CCA)