POTENTE Y HERMOSO ESTRENO EN EL BANCH.
El Ballet Nacional Chileno, quedó acéfalo luego de la partida de Gigi Caciulianu, quien fuera su director durante doce años, situación que ha llevado a las autoridades del CEAC, a invitar distintos coreógrafos para que monten sus trabajos con la compañía universitaria.
Para los bailarines se trata sin duda de un desafío mayor, pues cada invitado tiene un lenguaje y metodología propia, lo que convierte al conjunto en un verdadero laboratorio experimental, obligándoles a enfrentar estas nuevas miradas, de acuerdo a las características de cada uno de ellos.
La apuesta, sin duda acarrea riesgos, pues al no conocer muy bien la compañía, puede ocurrir, que a pesar del enorme profesionalismo de los bailarines, estos no logren captar toda intencionalidad del lenguaje coreográfico del ocasional director.
Algo de esto se apreció en el primer estreno de este año, nos referimos a “Lo Inpermanente” de José Vidal, cuyos resultados fueron en buena medida desconcertantes, en razón a que el coreógrafo incursiona en demasía en la improvisación, sin que su trabajo lograra mostrar una dirección y un objetivo claro.
Algo diametralmente diferente, se produce con “With every goodbye” (Con cada adiós) de joven inglés James Cousins, quien logra con su trabajo, una férrea unidad temática, consiguiendo mantener constantemente la atención del espectador.
Fundamental en el éxito de este trabajo, es la estupenda y sugerente iluminación de Éric Paboeuf, que tiene como marco una genial banda sonora, que mezcla música de diversos estilos, que incluyen tanto un madrigal de Monteverdi como el clásico popular Blue Moon, pasando por otros contemporáneos, en una mezcla del más alto nivel.
Con solo catorce integrantes del BANCH, Cousins nos habla en su trabajo de encuentros y desencuentros, con un marcado acento en el adiós, donde en muchas ocasiones es apenas una sugerencia, y es a este propósito que apunta la iluminación, bastante oscura y a veces definitivamente mortecina, que hace que las parejas y a veces tríos, queden envueltos en la penumbra, convirtiéndolas en verdaderos símbolos humanos, contribuyendo a ello el eficaz vestuario de Carolina Vergara, en tonos predominantes en gris y verde pálido.
Estos “protagonistas” eventuales, se mueven tal como ocurre en la vida real, en un mundo circundante de seres indiferentes a sus dramas, ellos a cargo del resto de los bailarines, recuerdan a ratos al coro de la tragedia griega, que enmarca las diversas secuencias.
Cousins no elude ningún tema en estos diferentes “con cada adiós”, pues toca con sutileza y finura ejemplar, tanto las relaciones hetero y homosexuales, pero destacando que lo que realmente importa, que son los desgarros personales, producto de las incesantes búsquedas del amor o la amistad.
El espectador asiste a esperanzas, dudas, desilusiones y a veces certezas de personas como cualquiera, por ello creemos que es allí donde radica la fuerte atracción que la obra provoca, debido a que de alguna forma, todos resultamos interpelados por alguna de sus secuencias. Claro está, que en el caso de esta coreografía, lo predominante es la desolación.
El trabajo coreográfico es meticuloso, y el elenco muestra una disciplina ejemplar, con la expresividad precisa, destacando la fuerza de aquellos que tienen labores solistas, tanto como las potentes escenas de conjunto.
Será difícil olvidar la escena final con la solitaria bailarina apoyada y sin esperanzas, en el muro desnudo del fondo, mientras que apenas iluminada contempla como la vida sigue su curso imparable.
Un gran trabajo de James Cousins, y el BANCH, que el público aplaude sin reservas.
Gilberto Ponce. (CCA)