LA BELLEZA DE LO CLÁSICO; IFIGENIA EN TÁURIDE DE GLUCK.

Susan Graham (Ifigenia) y Plácido Domingo (Orestes) Foto T. Nescafé de las Artes.

Muchos fueron los elementos que se conjugaron en el éxito de “Ifigenia en Táuride” de Christoph Willibald Gluck, cuya transmisión llegó en directo desde el Met de New York al Teatro Nescafé de las Artes.

Esta ópera, de ascética belleza se acerca fielmente al principio establecido por Claudio Monteverdi a comienzos del 1600, cuando propuso: “sea la música, esclava de la palabra”.

Este concepto, abandonado completamente durante el período Barroco, debido al triunfo del virtuosismo vocal, condujo a la ópera a una decadencia como género, al parecer, a pocas personas les importaba la música o la coherencia del argumento, reinaban los “divos” vocales, que encandilaban a las audiencias con sus piruetas y proezas vocales.

La ópera pasó a ser, peligrosamente en manos de algunos mediocres compositores, un simple ejercicio de exhibicionismo para mostrar la potencialidad “malabarística” de los cantantes. Solo la consistencia de grandes compositores como Haendel, impidió su ruina inevitable.

Christoph W. Gluck. foto biografiasde

Es en este ambiente donde Gluck realiza su “reforma”, al replantear el postulado monteverdiano con su ópera “Orfeo y Eurídice” de 1762, en ella, texto y música se convierten en un todo expresivo; luego en sus trabajos posteriores veremos desaparecer el “aria da capo”, el recitativo será siempre acompañado por la orquesta, y ballet y los coros serán parte de la acción dramática, no meros agregados.

En 1779 estrena en París su “Ifigenia en Táuride” –versión en francés- con resonante éxito.

Como se sabe, en el teatro griego, los hombres son juguetes de los dioses y dueños de su destino, por ello alabamos la escenografía (Thomas Lynch), que muestra solo dos habitaciones cerradas y continuas: el Templo con el altar de Diana, y la celda inmediata; en ellas transcurre el drama con  sus personajes prisioneros del destino; solo hacia lo alto está despejado, que es desde donde llega la diosa Diana, a impedir que Ifigenia asesine a Orestes.

Ifigenia y Orestes foto estereofonia

El vestuario de Martin Pakledinaz bastante funcional y sugerente, con los necesarios contrastes en sus colores, del mismo modo la sobria iluminación de Neil Peter Jampolis, destaca certeramente la acción.

Stephen Wadsworth responsable de la régie, la plantea con apolínea sencillez, enfatizando los sentimientos de los personajes, moviéndolos diestramente, e insertando naturalmente el ballet, cuya coreografía muy hermosa, tiene fragmentos desconcertantes, se podrán aceptar las alusiones a los bailes de los derviches, pero aquellas, a las artes marciales, nos parecen fuera de lugar.

Pylades, Ifigenia y Orestes. foto operaperu

La dirección musical de Patrick Summers, es certera, logrando de la orquesta un sonido muy propio del barroco tardío.

La soprano Susan Graham, fue una creíble y magnífica Ifigenia, conmovedora en su desesperación, mostrando además un manejo vocal exquisito.

Plácido Domingo, cantando como barítono, asumió como Orestes, mostrando una vez más, toda su enorme capacidad interpretativa, y exhibiendo condiciones vocales plenamente vigentes, esto a pesar que, como se anunció, se encontraba aquejado de un fuerte resfrío.

Pylades fue cantado estupendamente por el tenor Paul Groves, su actuación convincente como el temerario y joven amigo de Orestes, completó un trío de enorme excelencia.

El Espectro de Clitemnestra envolviendo a Orestes e Ifigenia. foto nescafe.cl

El rey Thoas, breve rol cantado por Gordon Hawkins, bien en lo vocal, pero muy estereotipada su actuación.

La mezzo soprano canadiense Julie Boulianne, acertadísima en su breve pero significativo papel de la diosa Diana, en relación a este rol, encontramos muy adecuado que la régie, incorporara al inicio -durante la introducción orquestal-, el rescate de Ifigenia por parte de  Diana, antes de ser inmolada en Aulis, haciendo más entendible la trama que ocurre posteriormente en Táuride.

Una producción, cuya transmisión debe agradecerse al Teatro Nescafé de las Artes.

Gilberto Ponce. (CCA)

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