VERANO SINFÓNICO CON CARMINA BURANA.
Se la ha calificado de “tóxica”, por lo adictiva, y por cierto que lo es; no referimos a una de las obras doctas, que tal vez tenga la mayor cantidad de grabaciones, con una enorme cantidad de intérpretes y directores, que no solo conmociona como obra de concierto, pues también lo hace y con igual suceso, como ballet.
Su sola mención atrae a multitudes, que agotan las entradas, con increíble rapidez, e independiente de la calidad de la versión, el público la ovacionará, al final de su representación.
Algo similar -tal como era de esperar-, ocurrió con esta versión de la Orquesta Sinfónica de Chile, junto al Coro de la Universidad de Chile (Sinfónico y Camerata Vocal) que dirige Juan Pablo Villarroel.
Carmina Burana de Carl Orff, es casi parte del ADN del coro universitario, pues desde su estreno, como Ballet Oratorio, con la coreografía de Ernst Uthoff, logró uno de los mayores sucesos artísticos, jamás conseguidos en nuestro país, presentándose también al exterior, con el mismo éxito.
Con posterioridad, otros coros y orquestas la incorporaron a su repertorio, con resultados similares.
Por supuesto, en esta oportunidad, las entradas se agotaron rápidamente, debiéndose agregar otra función, para la versión que fue dirigida por la joven directora chilena, Alejandra Urrutia, y que contó con la participación de la soprano Claudia Pereira, el contratenor Moisés Mendoza y el barítono Arturo Jiménez.
Independiente de los resultados musicales, ocurrió un hecho, que consideramos muy desafortunado, se amplificaron el coro y algunos instrumentos de orquesta, algo absurdo y sin sentido, en una sala, como el Teatro Baquedano, que “sobre suena” en forma natural, salvo que la directora Urrutia, considerara, que el grupo cercano al centenar de cantantes, no se escuchara.
Por lo demás, el “técnico” subía o bajaba el volumen a su antojo, sin respetar la dinámica indicada por el compositor, a manera de ejemplo, en una parte “piano” de la flauta, subió el volumen y agregó reverberancia, propia de una catedral; algo similar hizo con el coro masculino, sin considerar, que el micrófono, estaba también sobre la tuba, timbales y bombo, malogrando el resultado vocal; las trompetas quedaron fuera del radio de los micrófonos, perdiendo perfil, en partes muy importantes.
Podríamos seguir en este aspecto, pero nos centraremos en la interpretación musical.
Carmina Burana, no por ser tan popular, es una obra fácil, todo lo contario, está repleta de cambios de ritmo y pulso, y aunque cada parte, está constituida por tres estrofas, estas tienen un carácter diferente, en particular en los solos, algo que debe destacar la dirección; en este sentido encontramos parcialmente lograda la versión de la talentosa Alejandra Urrutia, quien solo consiguió con dos de los solistas, esta característica, en lo demás marcó con claridad los pulsos, pero aún se encuentra demasiado inmersa en la partitura, algo que le resta expresividad.
Asimismo, pensamos que le faltó desarrollar la necesaria progresión dramática, en cada una de las partes; no obstante, y como al parecer, esta fue su primera dirección de la obra, cuando la domine a la perfección, sin duda los resultados, llegarán a la calidad que ella espera.
La orquesta, le respondió profesionalmente, siguiendo sus indicaciones, solo con algunos pequeños desajustes de ritmo.
Los solistas fueron encabezados por la soprano Claudia Pereira, haciéndolo con gran sensibilidad, enorme facilidad en los inhumanos agudos, ajustando perfectamente su interpretación a los textos.
El contratenor Moisés Mendoza, asumió como el dolido cisne, que se lamenta de su triste suerte, lo hizo con voz firme, en forma muy expresiva y muy ajustado al texto.
No tuvo la misma suerte el barítono Arturo Jiménez, con las enormes exigencias de su rol; se le vio incómodo de voz, en particular en los agudos, que resultaron precarios, razón por la que tal vez, su rendimiento estuvo muy alejado, de otras presentaciones con otro repertorio.
El Coro de la Universidad de Chile (Sinfónico y Camerata Vocal), que es el gran protagonista, fue en general discreto, con solo algunos momentos brillantes, debido a que las voces de contraltos, tenores y bajos, fueron muy poco timbradas, por ello desperfiladas; en general su canto fue bastante plano, aunque muy seguro en el aprendizaje de la partitura.
Las sopranos, que son 35, fueron sin duda las grandes triunfadoras, con voces sólidas, bien timbradas y muy expresivas. Por supuesto que independiente de estas consideraciones, la obra fue recibida con la natural efusividad y admiración para una de las partituras más queridas y populares de todos los tiempos.
Gilberto Ponce. (CCA)