ESTRENO DE LA CARRERA DE UN LIBERTINO DE STRAVINSKY.
No cabe la menor duda, que el estreno de un ópera desconocida en nuestro país, es un evento de la mayor importancia, tanto más si su autor, es uno de los grandes de la música del siglo XX, como lo es Igor Stravinsky.
Estas, entre otras razones explican el interés provocado por el estreno de La Carrera de un Libertino, en la Temporada 2015, del Teatro Municipal de Santiago; pensamos que, a pesar de algunas objeciones que tengamos sobre su música –en un ejercicio que puede ser considerado irreverente-, el solo hecho de subir al escenario del coliseo de Agustinas, ya constituye un evento de gran importancia.
Stravinsky transitó por diversos estilos, luego de alcanzar renombre mundial, con el estreno de sus ballets El Pájaro de Fuego, Petrushka y La Consagración de la Primavera, sorprendiendo por sus incursiones al serialismo, tanto como al neoclásico, estilos en que sus obras fueron recibidas con diversa aceptación.
La Carrera de un Libertino, inspirada en ocho cuadros de William Hogarth, con textos de Auden y Kallman, es una ópera, que a nuestro juicio, es irregular en inspiración, a ratos más bien parece un “musical”, recurriendo con cierto exceso, a recursos ya usados anteriormente por su autor; no obstante creemos que lo mejor desde el punto de vista musical y dramático, se encuentra en las escenas finales, la del cementerio y la del manicomio, en el que la Canción de Cuna de Anne, y los Coros son de una belleza desgarradora; en contraste, en varias de las anteriores, cuando juega con la ironía, se acerca a la comedia musical, a manera de ejemplo, el prostíbulo y las escenas con Baba la Turca, así como en la subasta de los bienes de Tom.
Sin duda, este Libertino, está a gran distancia de Œdipus Rex o Las Bodas, donde el sentido dramático de Stravinsky se manifiesta mejor, no obstante estas disquisiciones, la ópera resulta un éxito, gracias a una creativa puesta en escena, donde la règie, delineó personajes y situaciones, con los que mantiene constante interés.
Una vez más, la tríada formada por el director de escena Marcelo Lombardero, Diego Siliano en escenografía, y Luciana Gutman como vestuarista, logran un espectáculo atrayente casi en su totalidad, para ello contaron con la iluminación de José Luis Fiorruccio.
La règie de Marcelo Lombardero, traslada la acción al siglo XX, décadas 50, 60, pero se permite la aparición del celular, y de automóvil último modelo, y en algo bastante sorprendente, convierte a Baba la Turca (una mujer barbuda) en un travesti, y le otorga a Shadow, algunas actitudes ambiguas, pero resuelve muy bien el carácter de Tom, y el ingenuo enamoramiento de Anne; y al igual que ocurre con la música, convierte las últimas escenas en hitos dramáticos de importancia. Los guiños irónicos fueron parcialmente logrados, sin duda fue Tom, quien acertó mejor en este aspecto.
La escenografía de Diego Siliano, tiene logros muy buenos en las soluciones de las escenas del prostíbulo, el hogar kitsch de Tom y Baba la Turca, así como en la del cementerio y el manicomio.
Detalle acertado, fue el incorporar, uno de los cuadros que inspiraron a Stravinsky, como promoción de una exposición en la Galería Tate.
El vestuario de Luciana Gutman, muy logrado, tanto como las funcionales coreografías de Edymar Acevedo.
David Syrus, quien deslumbró cuando debutó en el estreno Billy Budd , vuelve a mostrar su enorme solvencia, al enfrentar una partitura, que obliga a una constante tensión en la batuta, para evitar baches de atención, fue certero en la progresión dramática, y preciso en la concertación del coro, en los complejos números en el prostíbulo de Mother Goose, sin duda, estamos ante un gran maestro.
El Coro del tearo Municipal (Jorge Klastornick), una vez más mostrando su absoluto profesionalismo, tanto en lo vocal, como en actuación, mientras que la Orquesta Filarmónica de Santiago, estuvo ajustadísima y musical.
El elenco, lo encabezó Jonathan Boyd, que posee un sólida y hermosa voz, siendo muy expresivo en canto y convincente en actuación, su canción en el prostíbulo, y como Adónis en el manicomio, fueron algunos de sus muchos logros.
Anita Watson, fue Anne Trulove, mostrando no solo hermosa voz, pues su manejo dinámico es excelente, sus pianissimo son estupendos y sólidos sus forte; su actuación convence en su búsqueda del Libertino, en que se ha convertido Tom.
Nick Shadow, el demonio, lo interpretó Wayne Tigges, que es dueño de un hermoso timbre, pero a sus graves, les falta potencia, perfiló a un demonio un tanto flemático, más calculador que expresivo.
Emma Carrington, fue Baba la Turca, que se convertirá en la esposa de Tom, ella que tiene un físico estupendo, impacta enormemente al ser convertida en un travesti, cantó con poderosa y bella voz, y sus rabietas fueron expresivamente irónicas.
Hernán Iturralde, fue Trulove, el padre de Anne, en una excelente caracterización, por medio de sensible voz.
El breve rol de Mother Goose, fue solventemente asumido por Evelyn Ramírez, y con gran histrionismo -como debe ser-, Pedro Espinoza fue Sellem el subastador, mientras que Pablo Oyanedel recreó adecuadamente al guardián del manicomio.
El público respondió con gran entusiasmo, aplaudiendo largamente este importante estreno, que como aporte del Teatro Municipal, engrosa la lista de óperas desconocidas en nuestro medio.
Gilberto Ponce. (CCA)