ALFREDO PERL EN SOLITARIO Y CON ORQUESTA.
Escuchar al pianista chileno Alfredo Perl, es una experiencia que contacta con lo más elevado del espíritu, lo decimos luego de sus dos presentaciones en Santiago con obras de Robert Schumann, primero junto a la Orquesta Filarmónica de Santiago, y posteriormente un recital, con tres de sus más hermosas obras .
En justicia diremos que nos encontramos ante un “maestro”, maduro, poseedor de una musicalidad que transmite al público, convirtiendo sus presentaciones en verdaderas experiencias estéticas colectivas.
Recuerdo que hace años me correspondió, compartir su debut con la Orquesta Sinfónica de Chile, con un concierto de Mozart bajo la dirección de Víctor Tevah, el Coro de Cámara de la Universidad de Chile, que yo dirigía por esos años, interpretó después la “Oda a Santa Cecilia” de Haendel, años después, tuve el privilegio de asistir a uno de sus recitales en Moscú, donde se encontraba ofreciendo las «32 Sonatas para piano» de Beethoven, y en cada oportunidad en que le he escuchado, sus avances han sido evidentes.
Ahora creemos que ya está entre los grandes, de modo que el público que asiste a sus presentaciones, se enfrenta a un pianista que está más allá de la técnica, dedicado solo a ofrecer la mejor interpretación, y con mayúsculas.
Perl, no necesita de gestos grandilocuentes, su fuerza reside en la absoluta claridad en el enfoque de la obras que interpreta, producto de una maduración lenta, que rinde frutos de excelencia.
En el programa del día 15 con el “Concierto para piano y orquesta Op. 54” de Robert Schumann, Perl lo enfrentó con garra y melancolía, pasión y serenidad en un juego de contrastes magníficos, destacando los fragmentos líricos en oposición a aquellos que requieren de un peso expresivo, lamentablemente en sus movimientos extremos, la orquesta dirigida por el maestro chileno Julio Doggenweiler, acusó atrasos de tempo, y poca precisión en varios ataques, solo en el segundo movimiento se logró un clima de gran belleza, gracias a los diálogos del solista con algunos instrumentos a solo, en el tercero a pesar de del carácter impreso por Perl, la orquesta denotó nerviosismo y el hermoso sonido mostrado hasta ese momento, se diluyó, incluyendo desajustes en varias secciones.
El público pasó por alto los defectos orquestales, apreciando en toda su dimensión, la estupenda interpretación que Perl hizo del bellísimo concierto.
En las otras dos obras sinfónicas dirigidas por Doggenweiler, se apreció una muy correcta versión de los poderosos “Preludios dramáticos” del compositor nacional Domingo Santa Cruz, en los que consiguió adentrarse bien en el primero y tercero, pero no destacó los aspectos cromáticos, que recuerdan Wagner (Tristán e Isolda) en el segundo, tal vez lo enfocó demasiado rápido, restándole sentido dramático, en todo caso la versión fue bien recibida por los asistentes, permitiendo escuchar una de las obras más hermosas de Domingo Santa Cruz.
En la “Sinfonía N° 2 Op. 43” de Jan Sibelius, luego de tres movimientos bastante
erráticos y dispersos, solo en el hermoso “allegro moderato” final, logró entrar en el carácter de la obra, consiguiendo una progresión de gran musicalidad. En general pensamos que los gestos del director, no fueron suficientemente claros para los músicos, por lo que su concepto global, cedió paso, al armado de la obra, sin duda esta presentación no hace justicia al currículo de Julio Doggenweiler, por lo que quisiéramos verle, ante otro repertorio.
En el recital del día 17, Perl interpretó la “Kreisleriana Op. 16″, las “Escenas infantiles Op. 15” y la “Fantasía en Do mayor Op. 17”, en una demostración soberbia de maestría.
Perl concibió tres mundos diferentes para cada una de las obras, peso sonoro y de carácter en la “Kreisleriana”, casi levedad para las «Escenas infantiles», y carácter pasional para la “Fantasía en Do mayor”
Los arrebatos pasionales y serenidad se contrataron en la “Kreisleriana”, aludiendo a las dos personalidades, que según Schumann convivían en él: Eusebius y Florestán, y si en esta obra Perl derrochó su espléndida técnica, en las “Escenas infantiles” que le siguieron, entró de lleno en la sutileza, en ellas el peso cambió, logrando pianísimos verdaderamente emocionantes, convirtiendo cada una de sus partes en un pequeño mundo de gracia infinita.
En la “Fantasía en Do mayor” volvió a la pasión a veces desgarrada, contrastada con momentos de profunda melancolía, haciendo delirar al público, que reconoce en Alfredo Perl a uno de los más grandes pianistas nacidos en nuestro país.
Un detalle, Perl se vio obligado a interrumpir en un momento, la Fantasía, debido a los impertinentes tosidos de algunas personas, que luego de ello, “mejoraron” bruscamente.
Gilberto Ponce. (CCA)