UN BANQUETE A MEDIAS EN LA SINFÓNICA.
Para desgracia de los que asistimos el viernes pasado, al sexto concierto de la Temporada 2011 de la Orquesta Sinfónica de Chile, este coincidió con las manifestaciones en contra de las Hidroeléctricas en Aysén.
De manera tal, que el estupendo concierto que dirigía Juan Pablo Izquierdo, tuvo que ser suspendido al finalizar la primera parte, pues el aire se hizo irrespirable, debido a las bombas lacrimógenas que se lanzaron en la Plaza Baquedano.
Por ello, el comentario estará referido solo a las primeras obras interpretadas, lamentando profundamente no escuchar la versión de Juan Pablo Izquierdo para la Cuarta Sinfonía de Johannes Brahms.
No obstante, lo escuchado, sirvió para confirmar una vez más la calidad musical de Izquierdo, quien se movió con absoluto dominio en cada una de ellas.
Primero, se escuchó de Anton Webern su “Passacaglia” Op. 1, escrita para una enorme orquesta, debiendo el director siempre “sacar a luz” el tema principal, que se contrapone a los secundarios, que son producto de las diversas variaciones del desarrollo.
Desde el expresivo “pizzicato” del comienzo, que introduce el tema en el clarinete (de excelente desempeño), que lleva a la primera de las grandes progresiones -que involucra a toda la orquesta-, pero sin ocultar el tema central, ahora presentado, en diversos instrumentos o en secciones de la orquesta.
La batuta logró plasmar todo el mundo expresionista de la partitura, resaltando los contrastes expresivos y dinámicos, con extraordinarios y musicales balances; la orquesta respondió con sonido excepcional, algo que ya es una constante en la Sinfónica.
Luego, escuchamos “Vox Clamantis in Deserto” de León Schidlowsky, compositor chileno, radicado desde hace décadas en Israel, compositor muy prolífico, que aborda siempre las corrientes más avanzadas.
Una de sus constantes, es plasmar vivencias o aspectos de la cultura judía, lo que la convierte en música programática, en este caso, los auditores pueden crear su propio “programa”, en razón de los elementos expresivos que la componen.
Desde su misterioso inicio a cargo de bronces y percusión, se transforma luego en atmosférica, como producto de los timbres, y esquicios melódicos que presenta, todo en medio de una gran cantidad de contrastes.
En la sección donde las cuerdas tocan notas largas, con pequeños acentos, en oposición a la percusión; pareciera querer evocar el horror bélico.
El tenso y expresivo final a cargo de las cuerdas, conmovió al público, que aplaudió largamente la obra y la gran interpretación de Izquierdo y la Sinfónica.
Posteriormente Manuel Jiménez, un verdadero maestro del arpa, abordó junto a un pequeño conjunto de cámara, “Introducción y allegro” de Maurice Ravel.
Si las dos obras anteriores, eran enormes en sonoridad, aquí se entró en el mundo de la sutileza y la finura, lo grandioso dio paso a la intimidad y sugerencia propia del impresionismo, por ello no es de extrañar, que a lo largo de su desarrollo, se puedan reconocer alusiones a otras obras del mismo Ravel.
Se trata más bien de un “concertante” para arpa e instrumentos, el solista no tiene demasiadas partes de “lucimiento”, es un diálogo evocador de imágenes.
Además de destacar la impecable interpretación de Jiménez, es justo reconocer la labor de todos los solos instrumentales.
Izquierdo, condujo al conjunto por todos los caminos melifluos, tan propios del estilo; acentos, respiraciones, fraseos e intencionalidades, hicieron de la versión, una pequeña joya.
En lo que podríamos llamar “cadenza” Manuel Jiménez mostró todo su virtuosismo y expresividad, algo que replicó en el “encore” el “Nocturno” de Mikhail Glinka.
De más está decir que el público no escatimó ovaciones, para dos grandes de la música, en sus respectivos campos, Manuel Jiménez y el maestro Juan Pablo Izquierdo.
Gilberto Ponce. (CCA)