LA SINFÓNICA INTERPRETA A BECERRA, MOZART Y TCHAIKOVSKY.
La Gran Sala Sinfónica recibió otro concierto de la Temporada 2025 de la Orquesta Sinfónica Nacional, que actuó con la dirección del maestro finlandés Ari Rasilainen, en un hermoso e interesante programa que combinó diversos estilos, con obras del chileno Gustavo Becerra, de Wolfgang Amadeus Mozart y Piotr Ilich Tchaikovsky.
Rasilainen mostró el porqué goza de un gran prestigio internacional, que le ha llevado a dirigir importantes orquestas, con su gesto claro en pulso e intencionalidad, que acompaña con una severa y sobria expresividad.
Ari Rasilainen y la Sinfónica Nacional durante el concierto. foto Jacqueline Uribe
Gustavo Becerra es uno de los compositores chilenos fundamentales en la creación musical de nuestro país, abordando gran cantidad de formas y estilos, fundamentalmente en un lenguaje contemporáneo, por ello fue importante que se interpretara una obra de juventud, en la que se evidencia cómo a partir de lo tradicional el joven Becerra experimentó en busca de un lenguaje propio.
Hablamos de su Divertimento para orquesta, en el que a partir de la recurrencia de un motivo breve, el compositor elabora una estructura melódico rítmica, atractiva en colores y texturas en una obra que no pierde nunca interés por el buen uso de contrastes dinámicos y de carácter.
Es una partitura de espontánea expresividad, bastante alejada de sus obras posteriores que son mucho más cerebrales en estructura, aquí predomina la luz.
La versión fue cuidadosa y la batuta con inteligencia enfatizó la claridad melódica, realzando el motivo que en cierta medida le da unidad. El público recibió con bastante entusiasmo la interpretación sinfónica.
Alberto Dourthé (violín) y Georgina Rossi (viola) interpretando a Mozart. foto Jacqueline Uribe
A continuación Alberto Dourthé uno de los concertinos de la orquesta, interpretó junto a Georgina Rossi, la bellísima Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta en Mi bemol mayor de Wolfgang Amadeus Mozart.
La versión fue bastante limpia en cuanto a los diálogos orquesta solistas y ajustada en estilo, tal vez el segundo movimiento casi excede el clasicismo, por razones de la acústica de la sala, durante el primer se produjeron en la orquesta algunos desajustes de pulso, que fueron superados por la musicalidad de los solistas y el gesto claro de Rasilainen. Relativo a la acústica, como la orquesta es más reducida para Mozart, cornos y contrabajos cambiaron de ubicación, resultando que los cornos tendían a tapar al resto, los oboes se escuchaban con dificultad y los contrabajos adquirieron un protagonismo inusitado.
Alberto Dourthé con su violín abordó la obra con hermoso y expresivo sonido, con perfecta afinación, con fraseos y articulaciones claras, pero sobre todos con gran musicalidad, en una obra que al parecer le agrada y conmueve mucho, la contraparte en viola que interpretó la joven Georgina Rossi, fue el complemento perfecto, ella posee una gran musicalidad acompañada de un bello sonido y un estupendo sentido de grupo, tanto con el violín como con la orquesta, solo debería cuidar la expresividad que a veces le hace atrasar levemente el pulso.
Debemos destacar la belleza de las cadenzas en perfecta sincronía, y el gran arco melódico expresivo de toda la obra, en el que destaca la sutileza del segundo movimiento, cuyo tema con leves diferencias fue utilizado por Mozart también en otras de sus obras, un misterio que algún día tal vez aclare el porqué de esta recurrencia.
El público no escatimó sus muestras de admiración por los solistas y la versión.
Alberto Dourthé y Georgina Rossi agradecen los aplausos del público. foto Jacqueline Uribe
Finalizaron con la Sinfonía Nº 6 en Si menor de Piotr Ilich Tchaikovsky conocida también como “Patética”, tal vez por el hecho que el compositor murió pocos días después de haberla estrenado, como producto de haber bebido agua del río Moscú en medio de una epidemia de cólera, además porque la obra sintetiza los más profundos sentimientos de su autor, desolado por situaciones personales, es así que la partitura comienza y finaliza en medio de profunda desolación, en su desarrollo, de alguna forma se exponen sus luchas y esperanzas frente a los conflictos que le acosan, de manera que estamos frente a una obra que transita entre el profundo desgarro y la desolación, y al mismo tiempo es de una dolorosa belleza.
Encontramos la versión expresivamente ascética excepto en el tercer movimiento, que buscó más lo brillante, pero fue poco profundo. Los músicos de la orquesta respondieron estupendamente a las indicaciones de la batuta.
El primer movimiento en sus dos partes Adagio / Allegro fue expuesto contrastando el “lamentoso” y muy expresivo de la sección lenta con el fragor de su contraparte rápida, con una sinfónica alerta y musical.
El segundo Allegro con grazia, que algunos llaman el vals en 5/4 ya que cada compás el compositor lo agrupa en 2+3 que le otorga esa sensación danzable, se obtuvo un buen resultado general en carácter, pero la acústica jugó en contra en algunas secciones donde el balance instrumental fue inestable.
La Sinfónica Nacional y el director Ari Rasilainen durante la sinfonía. foto Jacqueline Uribe
El Allegro molto vivace, fue poderoso y a nuestro parecer demasiado luminoso en carácter, tal vez relevando los escasos momentos optimistas planteados por su autor. El espontaneo aplauso que arrancó su final, al parecer incomodó al director, que tuvo que esperar para dar inicio al sensiblemente emotivo movimiento final Adagio lamentoso, que bien podría insinuar la despedida de Tchaikovsky, la batuta logró crear un ambiente dolido, pero contenido sin llegar al desgarro.
El público fue muy entusiasta y sorpresivamente Rasilainen, subió al podio para agregar la interpretación del Vals triste de Sibelius.
Un buen concierto de la orquesta, donde una vez más quedó en evidencia la necesidad de ajustes en los paneles acústicos de la sala.
Gilberto Ponce (CCA)






